lunes, 29 de marzo de 2010

Los vaticinios de la agorera

Hacia la segunda mitad del siglo XVIII llegó a la villa de Madrid, la burgalesa María Mola, conocida como la agorea. Tras ser expulsada de su tierra por practicar malas artes, María llegó a Madrid donde no se le permitió asentarse dentro de la villa por lo que tuvo que conformarse con una pequeña tienda de comestibles, procedente de un judío, situada en las afueras de la ciudad.

Allí retomó su costumbre de realizar presagios, y debido a sus continuos aciertos, su fama se difundió extraordinariamente entre el pueblo madrileño. La clientela se agolpaba en la puerta de la tienda para consultar a la célebre maga, encontrándose entre sus visitantes un viejo franciscano que cada semana recibía de María un celemín de harina como donación para su comunidad.

En una ocasión un joven franciscano le confesó al anciano que las dudas y los remordimientos le acechaban día y noche, y su vida se estaba conviertiendo en un "sinvivir". El anciano le convenció para que visitara a María y después de vencer sus iniciales reticencias el joven se armó de valor y acudió a ver a la bruja. Ésta le condujo al sótano de la tienda y allí le hizo creer que aparecería un ángel o un demonio, si ella los evocaba, pero el fraile se negó a la oferta.

Antes de salir por piernas de aquel lugar María le profetizó: "De arriba bajará la claridad a tus dudas. Cuando mañana celebres tu Misa al alba, ángel o demonio vendrá a ti, según tengas el estado de tu conciencia". Cuando a la madrugada siguiente el acongojado franciscano se disponía a celebrar la misa observó como un extraño ser trepaba por la cuerda de una lámpara. Tenía alas y cuernos, y emitía pavorosos ruidos.

El franciscano, sugestionado por la agorera creyó que el mismísimo diablo le visitaba y cayó sin sentido junto al altar. A los pocos días el franciscano respiró aliviado: se había descubierto que María para no fallar en su adivinación había soltado una lechuza en la iglesia, y ésta atraída por la luz de la lámpara se dispuso a trepar por ella para cazar los insectos que a ella acudían.

A resultas de todo esto María Mola fue condenada a la hora y muchos de sus clientes sintiéndose estafados, arrrojaron multitud piedras sobre su cadáver. A partir de entonces la calle en la que vivió comenzó a llamarse calle de la Agorera, nombre que con el tiempo, y debido a la degeneración del vocablo, terminó conociéndose como calle de la Gorguera. Hoy día se llama Núñez de Arce y es una de las calles que salen de la céntrica Plaza de Santa Ana.

P.D. Hoy he publicado en mi otro blog una nueva entrada titulada Sueños. Por allí os espero.

6 comentarios:

  1. me encanta cómo nos cuentas las historias Miguel...Un beso

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  2. Y a mi que me da que muchos de los agoreros de ahora, si pueden, hacen lo mismo...

    Besicos

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  3. ¡Hola Miguel!

    Te felicito, es un post delicioso; y una forma de acercanos el Madrid de hace siglos a la actualidad.

    Coincido con Belén, los agoreros de ahora harían lo mismos, y hoy como entonces, hay gente que los cree.

    ¡Un abrazo!

    MIGUEL

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  4. Si es que los agoreros nunca han sido demasiado bien recibidos....

    Bonita historia, como siempre

    Carpe Diem

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  5. Que historia más chula, menos mal que siguen perdurando en el tiempo...

    dirty saludos¡¡¡

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  6. ¡A quién se le ocurre hacer caso a brujas!, llevan siglos engañando y todavía siguen haciéndolo.
    Bonitas fotos, por ahí veo la Casa de Guadalajara, de estas tierras son mis padres.
    Besos, Miguel.

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