Es posible que el nombre de esta plaza no diga mucho a la mayoría de la gente que lea esta entrada, y sin embargo es uno de los lugares más típicos de Madrid. Si en vez de haber nombrado así la entrada lo hubiera hecho diciendo Parque de las Vistillas todo habría quedado más claro. Lo de Vistillas se debe a las buenas vistas que desde aquí se tienen del Manzanares, la Catedral de la Almudena o la Casa de Campo.
Lo que a principios del siglo XX fue un mercado en el que se vendían melones procedentes de distintos puntos de la provincia, se ha convertido actualmente en un lugar de encuentro en el que poder tomar una cerveza en alguna de sus terrazas, o disfrutar de las fiestas de San Isidro o La Paloma. Como tantos otros sitios, este lugar no ha podido escapar a los graffitis que invaden Madrid, y tampoco ha podido evitar que sirva como campamento para distintas personas sin hogar.
Curiosamente en la plaza en ella hay varios monumentos que recuerdan a distintos personajes, y sin embargo ninguno recuerda al escritor alicantino Gabriel Miró. Allí se encuentra el busto de Ignacio Zuloaga, pintor que tuvo su estudio en este lugar; un monumento a la Violetera (foto 5) y otro, el más destacado de los tres, al escritor Ramón Gómez de la Serna (foto 7). Este último, padre de la frase "Madrid es no tener nada y tenerlo todo", destacó por su extensa producción literaria, y por ser el inventor de las llamadas greguerías a las que él mismo definió como: «Humorismo + metáfora = Greguería».
Junto a la plaza destaca el Seminario Conciliar, de estilo neomudéjar, inaugurado en 1906 (foto 6). Este edificio se levanta en el solar en el que estuvo emplazado el Palacio del Duque del Infantado, y más tarde el del duque de Osuna.
No está de más recordar que este lugar como la mayoría de los rincones del Madrid antiguo, tiene su propia leyenda. Todo viene cuando en 1886 un aldeano afirmó que allí se le apareció la Virgen acompañada de San Pedro, San Juan y una comitiva angelical, ¡nada más y nada menos!. Durante un tiempo fue este lugar un punto de reunión de numerosos devotos que deseaban ver a la Virgen y conseguir que sus súplicas fueran atendidas.
Por suerte o desgracia, la Virgen tenía otras cosas mejores que hacer y no volvió por estos lares por lo que con el tiempo las reuniones fueron perdiendo adeptos hasta que finalmente terminaron. Si este aldeano hubiera nacido cien años más tarde seguro que lo de la vidente de El Escorial habría quedado en un juego de niños.
Lo que a principios del siglo XX fue un mercado en el que se vendían melones procedentes de distintos puntos de la provincia, se ha convertido actualmente en un lugar de encuentro en el que poder tomar una cerveza en alguna de sus terrazas, o disfrutar de las fiestas de San Isidro o La Paloma. Como tantos otros sitios, este lugar no ha podido escapar a los graffitis que invaden Madrid, y tampoco ha podido evitar que sirva como campamento para distintas personas sin hogar.
Curiosamente en la plaza en ella hay varios monumentos que recuerdan a distintos personajes, y sin embargo ninguno recuerda al escritor alicantino Gabriel Miró. Allí se encuentra el busto de Ignacio Zuloaga, pintor que tuvo su estudio en este lugar; un monumento a la Violetera (foto 5) y otro, el más destacado de los tres, al escritor Ramón Gómez de la Serna (foto 7). Este último, padre de la frase "Madrid es no tener nada y tenerlo todo", destacó por su extensa producción literaria, y por ser el inventor de las llamadas greguerías a las que él mismo definió como: «Humorismo + metáfora = Greguería».
Junto a la plaza destaca el Seminario Conciliar, de estilo neomudéjar, inaugurado en 1906 (foto 6). Este edificio se levanta en el solar en el que estuvo emplazado el Palacio del Duque del Infantado, y más tarde el del duque de Osuna.
No está de más recordar que este lugar como la mayoría de los rincones del Madrid antiguo, tiene su propia leyenda. Todo viene cuando en 1886 un aldeano afirmó que allí se le apareció la Virgen acompañada de San Pedro, San Juan y una comitiva angelical, ¡nada más y nada menos!. Durante un tiempo fue este lugar un punto de reunión de numerosos devotos que deseaban ver a la Virgen y conseguir que sus súplicas fueran atendidas.
Por suerte o desgracia, la Virgen tenía otras cosas mejores que hacer y no volvió por estos lares por lo que con el tiempo las reuniones fueron perdiendo adeptos hasta que finalmente terminaron. Si este aldeano hubiera nacido cien años más tarde seguro que lo de la vidente de El Escorial habría quedado en un juego de niños.