Allí la puedes encontrar todos los días, sin importarle lo más mínimo si hace frío o calor. Ajena a las miradas de los lascivos transeúntes, ella posa junto a su espejo sin querer saber en qué consisten las dietas milagro, las liposucciones o eso que algunos llaman culto al cuerpo. Es más, lo de los gimnasios es algo que nunca ha llegado a entender, le parece increíble el afán que tiene la gente por sacrificarse durante todo un mes para intentar esconder durante unos pocos días todo lo que conscientemente almacenaron en los meses de invierno.
Tiene claro que se gusta tal y como es, y eso es lo único que importa. Sabe que si hubiera estado por aquí cuatrocientos años atrás habría podido ser la "Cuarta Gracia", ya que entonces sí se entendía de mujeres. Ahora, rodeada siempre de flores, se resigna a ser sobada por algún viciosillo que disimuladamente deja caer sus manos sobre su voluptuoso cuerpo, y aún así ella ni se inmuta. Ella sabe que allí debe seguir porque quizás algún día ese altivo navegante llamado Colón sea capaz de bajar de su pedestal desde donde la mira de reojo todos los días y se anime finalmente a cruzar la Castellana para conocerla. Ella aún lo cree posible, así que le seguirá esperando.
Situada en la Plaza de Colón, a espaldas de la calle Génova, la Mujer con Espejo es una de las "gordas" que el colombiano Fernando Botero regaló a Madrid después del éxito cosechado con su exposición "Botero en Madrid" celebrada hace ya catorce años.