

Más que a modo de Lope o de soneto,
Un escrito, Miguel, me solicita.
Y me dice, por no perder la cita,
que acierte a componerlo yo, sin prisa.
De su Madrid, del mío, de otros tales…
tiene cariz esta sección bloguera, y
me apresuro, por tanto, a darle rumbo
para estampar la urbe a mi manera.
Sin mucho cavilar, viene a mi mente,
un viejo cantable de Sarita;
el mismo que Solano embelleciera,
al tiempo que Montoro componía.
Ay, qué bonito es Madrid, muy de puntillas,
acierto a caminar yo por su letra,
mientras recorro exactos escenarios
que antaño describiera la manchega.
Y un gélido vapor llega a mi nuca.
Me enfada, me incomoda y me trabuca…
¡y, me sube la leche aún sin cocerla!
¿Qué ha sido del Madrid que otrora era?
Adapto así a sus notas, ¡Oh! Perdón,
en franco sacrilegio hacia su dueño,
la novedad malsana que hoy encierran
arterias mencionadas como sello.
La faz que esta ciudad ya no presenta;
la gracia y sal que apuntan sus estrofas,
se ha convertido en zoco y tienda china;
sin rastro de kermesse ni de manolas.
Tal como apunta originaria letra,
y, a fin que estas palabras hallen rima;
si el afecto lector, así lo estima,
habrá de poner ritmo y sintonía…
Un escrito, Miguel, me solicita.
Y me dice, por no perder la cita,
que acierte a componerlo yo, sin prisa.
De su Madrid, del mío, de otros tales…
tiene cariz esta sección bloguera, y
me apresuro, por tanto, a darle rumbo
para estampar la urbe a mi manera.
Sin mucho cavilar, viene a mi mente,
un viejo cantable de Sarita;
el mismo que Solano embelleciera,
al tiempo que Montoro componía.
Ay, qué bonito es Madrid, muy de puntillas,
acierto a caminar yo por su letra,
mientras recorro exactos escenarios
que antaño describiera la manchega.
Y un gélido vapor llega a mi nuca.
Me enfada, me incomoda y me trabuca…
¡y, me sube la leche aún sin cocerla!
¿Qué ha sido del Madrid que otrora era?
Adapto así a sus notas, ¡Oh! Perdón,
en franco sacrilegio hacia su dueño,
la novedad malsana que hoy encierran
arterias mencionadas como sello.
La faz que esta ciudad ya no presenta;
la gracia y sal que apuntan sus estrofas,
se ha convertido en zoco y tienda china;
sin rastro de kermesse ni de manolas.
Tal como apunta originaria letra,
y, a fin que estas palabras hallen rima;
si el afecto lector, así lo estima,
habrá de poner ritmo y sintonía…
“¡Qué bonita es la estatua de la Cibeles!...
por la salvaje hinchada, la mano pierde.
¡Qué bonita es la Plaza de la Montera!
con sus señoras putas y proxenetas.
¡Qué bonita es la Plaza de Antón Martín!
donde cuarenta moros venden, a diario, un mal hachís.
Ay, qué Madrid tan cutre…
¡Cosa igual yo no vi!
Ay, que Madrid tan nefando,
ay, qué amargura…
lo que fue de mi Madrid.
Es el café del Brillante donde tienes que bregar
con una piara de “letos” que han parado a merendar.
¡Qué bonita es la Plaza de la Armería!
a pelo, a pie de acera, …muchos mendigan.
¡Qué bonita es la Calle del Arenal!
donde, ”toas” las semanas, una reyerta “pues” contemplar.
Ay, que Madrid tan sucio…
¡Cosa igual yo no vi!
Ay, que Madrid tan obsceno
ay, qué vergüenza…
lo que fue de mi Madrid”.
por la salvaje hinchada, la mano pierde.
¡Qué bonita es la Plaza de la Montera!
con sus señoras putas y proxenetas.
¡Qué bonita es la Plaza de Antón Martín!
donde cuarenta moros venden, a diario, un mal hachís.
Ay, qué Madrid tan cutre…
¡Cosa igual yo no vi!
Ay, que Madrid tan nefando,
ay, qué amargura…
lo que fue de mi Madrid.
Es el café del Brillante donde tienes que bregar
con una piara de “letos” que han parado a merendar.
¡Qué bonita es la Plaza de la Armería!
a pelo, a pie de acera, …muchos mendigan.
¡Qué bonita es la Calle del Arenal!
donde, ”toas” las semanas, una reyerta “pues” contemplar.
Ay, que Madrid tan sucio…
¡Cosa igual yo no vi!
Ay, que Madrid tan obsceno
ay, qué vergüenza…
lo que fue de mi Madrid”.

Sirva este canto de sirena, escrito sobre la nada, para albergar memoria de un Madrid por siempre extinto. Lléguenos, al menos en ecos de recuerdo, la maestría con que, un día, supieron retratar a este paraje los Retana, Cadenas, Velasco Zazo, Carréres y Beldas. Todos los Zozaya y los Neville serían necesarios para invocar el sórdido decadentismo de sus enclaves, vividos y descritos como nadie por el singular Hoyos y Vinent, hasta acercarse a la Vanguardia – en el tiempo que en que aún existieran tales corrientes – del añorado Jardiel Poncela. Cuentan los lienzos de Gutiérrez Solana que, la mascarada carnavalesca de Gómez de la serna, marchó de la mano de los castizos cafés cantantes, en cuyo interior se disfrutara, a la par, en la madrugada, de espectáculo y fritanga de gallinejas acompañada de chatos de vino peleón. Volvamos, por un momento al Romea, al Parisiana o al Actualidades, al Trianón Palace y al Salón Japonés, convertidos hoy en sucursal de entidad bancaria o en moderna franquicia y, que una vez sirvieran de escenario de aposento a las pícaras artes del género ínfimo; tupis y tabernas de barrio: extraviados lugares de confluencia de talentos impensables en nuestra contemporánea andadura.
Echemos una mirada atrás, para evocar también algunos locales nocturnos de gran encanto que, hasta no hace demasiadas décadas, poseyera este reducto céntrico; donde, hasta los no especialmente favorecidos, podían marcarse unas piezas y tomar un copazo sin miedo a sufrir demasiados “fortuitos accidentes”. Situémonos entonces frente a las puertas de El elefante blanco o a las del Club 23. Disfrutemos de un viaje retrospectivo para rememorar actuaciones musicales de primera magnitud, ofrecidas en Micheleta o en el desaparecido Embarcadero de Arganzuela; vayamos a las primeras fiestas hawaianas de Balli Hai y hasta el interior del Molino Rojo de Lavapiés. A pocos tiros de piedra de este último lugar, “en el dos”, como antes solía recorrerse Madrid, podía uno acercarse al Café de Gijón de otras épocas. Quedarse allí, a ver pasar las horas, en espera de la noche, para perderse después dentro del verdadero Chicote, o cobijarse al abrigo de las reuniones faranduleras de Bocaccio.
¿Cómo olvidar el evocador aroma a ozono pino de los antiguos cines de barrio bajo?... El San Cayetano, el Lavapiés, el Ave María, el Olimpia, el Candilejas o el Montecarlo, entre otros muchos; hogaño trocadas sus salas en negocios de dudoso pelaje. Permítaseme un guiño especial para el Cine Odeón, de la Calle de la Encomienda, único lugar en que algunos llegáramos a presenciar a un aforo vituperante, colérico y exaltado, en contra del colono yanqui y a favor del indio norteamericano; todo ello en plena proyección de un programa doble de tarde. Vítores - cómo no - para el abandonado Frontón Madrid, de Doctor Cortezo: instalaciones deportivas de trastienda en que se amañaba el grueso del cotarro pugilístico en España. En pleno centro de la capital, más concretamente en el espacio conocido como Las Américas, quedó varado también algún que otro de mis infantiles recuerdos. Precisamente en el malogrado Campo del Gas, donde asistíamos en verano para presenciar el divertido tongo de la lucha libre.
Tan colorida y estrambótica como la indumentaria de los luchadores, pero bastante más espectacular, eran los cuadros musicales de Revista que daban, por aquel entonces, sus últimos coletazos…Entrañable evocación para un género de gran complejidad interpretativa, y decididamente poco valorado, cuyo origen viniera a fraguarse, como tantas otras propuestas, en la ciudad de Madrid. Heredero de la opereta de Guillermo Perrín y Miguel de Palacios, con efluvio de zarzuelas madrileñas de Barbieri, Chueca o Chapí, y apoyado en las partituras de Moreno Torroba o de los maestros Paradas, Jiménez, Cabrera y Jacinto Guerrero, entre otros artífices de este juguete musical. Cuentan nuestros mayores que el panorama de risotadas y jarana de platea estaba asegurado por el jefe de la crack. Ya en el escenario, vedette, vicetiples, y coristas cuidaban de marcar hechuras en aderezo al consabido ademán procaz. La intencionalidad del libreto y la escasez de ropa de las artistas acababa por poner rúbrica de éxito, encargándose de dejar arrobado al personal.
Desde esos mismos escenarios e hijas, a su vez, de nuestros barrios de mayor enjundia partirían figuras de talento escénico similar al de Esperanza Roy o Lina Morgan, fieles sucesoras de Raquel Daina, Blanquita Suárez, Mary Campos, Maruja Tomás, Blanquita Pozas o Queta Claver; quienes, en su día, hicieran valer para este género las mejores recaudaciones de taquilla en el Madrid de la postguerra. Con ellas en la distancia, cual si se tratase de una letra de bolero y, de la mano de un buen ramillete de cómicos, decido abstraerme de todo aquello de hoy quisiera no haber tenido que presenciar en este Madrid que, en otro tiempo creí sentir como propio y, que últimamente viene antojándoseme, de todo punto, desconocido.
Ojeo, para mi consuelo, antiguas publicaciones, referencias y recortes de los primeros estrenos de Loreto Prado y Enrique Chicote, de Valeriano León y Aurora Redondo; descubro a través de las antiguas filmaciones de la polifacética Susana Canales a todo un elenco de personajes alusivos al carácter de la capital, fielmente representados por cómicos de carácter: Pepe Isbert, Manolo Morán, José Orjas, Luis Bori, Rafael Castejón, Antonio Riquelme, Rafael Somoza o Tony Leblanc son sólo algunos de quienes se cuentan entre mis favoritos. Ojiplática me quedo – que diría un cursi – reconociendo expresiones familiares en boca de la magnífica Julia Lajos, de Conchita Montes, Mercedes Vecino, Marisol Ayuso o Mary Begoña; sobre todo, ante el inigualable gracejo de la genial Julia Caba Alba a la hora de interpretar diferentes patrones de madrileña, arquetipos traídos a la realidad, más allá de la ficción, que un día tuve ocasión de conocer y de frecuentar.
Anteriores a la difusión del antiguo régimen, periodo en que también se filmara mucho en esta ciudad, pese al mantenido tufo propagandístico de un nivel de vida ficticio; si bien nos legaran las artes cinematográficas un impagable documento gráfico, cuyo testimonio histórico queda patente en algunas cintas de evidente calado:”Historias de Madrid”,”Manolo, guardia urbano”,”La chica del barrio”,”Cielo negro”, “Mi tío Jacinto”, “Así es Madrid”, “Cerca de la ciudad” o “Segundo López, aventurero urbano”.Todas ellas, junto con la obra maestra, “Surcos”, otorgan vestigio certero del devenir de estos paisajes castizos y del olvidado costumbrismo de sus gentes.
En su mayoría, filmaciones de bajo presupuesto, rodadas sin más pretensión que la de entretener, - o eso es lo que ha venido a trascender – y, que nos hablan de una ciudad dura, pero quizá no tan insolidaria y conflictiva como la que hoy se muestra ante nuestros ojos. En ese mismo latido y, especialmente bajo el compendio: Madrid, Guerra Civil y Teatro, el cine de este país ha reflejado, una y otra vez, a ese nutrido telón de fondo; pero, en ningún caso tan acertadamente descrito como a través de los entresijos de Pim,pam,pum…Fuego!. Desde el periodo en que fuese filmada y, hasta nuestros días, fueron y son muchos los cineastas que continúan manteniendo un tórrido romance con esta ciudad, al contemplar desde el objetivo de su cámara a un Madrid convertido en protagonista autónomo de tantas y tan diferentes historias.
Así, de nuevo o, una vez más, todavía es posible sumergirse por sus calles más emblemáticas, pasear por la nocturna y desierta Gran Vía, por el iluminado Paseo del Prado, por Recoletos y por el Atocha de otros días, el del desaparecido scalextric; de la mano de Alfredo Landa en “El Crack”, o en compañía de Fernán Gómez, Manuel Alexandre o Gómez Bur en muchas de sus aventuras urbanitas. Sólo a ellos aún es posible atribuir la facultad de poder transportarnos a una realidad enlatada que nos acerca, por pocos minutos, a esa particular idiosincrasia del auténtico madrileño; desde el “Madrid tiene seis letras” del riojano Pepe Blanco hasta los “Cuadros disolventes” de doña Nati Mistral, que una vez pasara años esperándonos en Eslava: habitual escenario del insigne Luis Escobar…¡Quién viera su semblante, en estos días, si hubiera de contemplar el vergonzante panorama de nuestras aceras y espectáculos de toda lid!...
Y,¿Qué decir del Price, cuando era el Price? Cuna de artistas de variado género, aniquilado tesorero de secretos de todo aquel que pisara los mejores escenarios de la época, en momentos en que se aún se actuaba a pecho descubierto, sin trampa ni cartón. Y ,¿del Manolita Chen? Albergue de artistas de medio pelo para regocijo del pueblo llano – apuntaría un clasista -, junto con las corridas Nocturnas, cuya improvisada plaza de toros venía a situarse en lo que hoy conocemos como Glorieta de Embajadores:”El Potillo”, para los que siempre lo hemos llamado así; en otra época espacio de exhibición de “monstruos humanos”, bajo la carpa improvisada de numerosos circos ambulantes.
En este limbo escogido desde mi nostalgia, cada vez más estéril y desterrada de un Madrid que no reconozco; transitado y gestionado por foráneos para recreo y servidumbre de intereses partidistas y, que aún ha de soportar continuados vilipendios; me aventuro – asístame, al menos, el derecho al pataleo – a transitar por los escasos lugares que en algún momento puedan proporcionar alivio en este nadar a contracorriente. A mi pesar, por todo cuanto vengo observando a mi paso, y mientras no pueda huir del entorno hostil en que ha mudado convertirse esta ciudad; por el momento, me acojo al lema ochentero del “Madrid me mata”, sabedora de mi incapacidad a la hora de exterminar la maloliente atsmósfera de provincianismo que hace tiempo ha venido a invadir hasta el más recóndito de nuestros ambientes...Redactora de cercanías - en caso de haber deseado ser etiquetada siquiera alguna vez -, continúo perdiéndome (¡lástima que siempre acabe por encontrarme!) entre las callejas de una Villa y corte que sufro y vivo a través de la memoria fotográfica de mi señora madre y, desde el recuerdo de la franca hospitalidad de mi abuelo.
Madrid está en mi tía Julia, puesta en jarras, al grito de “Nosámolao” y en el personaje sainetesco, como recién sacado de un guión de Arniches, a quien aún otorga vida mi tía Feli. Esta estirpe madrileña que me corre por las venas, para desgracia propia – y sé lo que me digo -, pasa por el patio comunal, de fuente y váteres compartidos, de la desaparecida casa de mi abuela; escenario improvisado y reunión de personajes variopintos donde los haya…”La señá Petra”, “la Enriqueta”,”la Eugenia”,“la Ciriaca”, “la Irene y el Emilio”,”las gallegas” y “los Santibranquis”, que decía la madre de mi madre cuando quería referirse a “los saltimbanquis”…Tiempo pretérito para el que ya sólo cabe la añoranza de acudir, de cuando a cuando, a releer sentencias del maestro Benavente, tales como la que reza: “ El madrileño prefiere oficios liberales, en los que menos haya que obedecer o ser mandado”.Y, así nos ha sucedido que, a fuerza de mantener cierta independencia vital, de querer ir por libre y de ir cediendo terreno, sin ofrecer resistencia; hemos permitido entrar, hasta la cocina, a todo el grueso del “tripeo” y de la horterada nacional. Lo dicho: Al final, en aras de ese carácter solidario y abierto sobre el que muchos han edificado su patrimonio y, del que otros tantos ineptos se jactan, ¡hemos venido a hacer un pan, con dos hostias! .












