Continúo la semana de cementerios. Hoy toca un relato de Alicia, autora del blog "The dark sunrise", creado según sus propias palabras "como terapia para no autocensurar pensamientos". Ajena al miedo o respeto que puedan infundir estos lugares, Alicia es la "culpable" de que esta semana esté llena de tumbas, nichos y panteones. Y es que como ella misma comenta, cuando realmente se siente miedo es al subir el murciano Puerto de la Cadena, famoso por sus desprendimientos y su imposible trazado. En fin, basta de presentaciones, y a disfrutar de esta historia ficticia (o real ¡quién sabe!).
Siempre me daba frío en el tren. Además, se me estaban marchitando las flores que llevaba. Por suerte tenía un estupendo compañero de viaje. Se llamaba Manuel y ya no cumplía los setenta años. Ya desde que revisamos el número de los asientos, Manuel empezó a contarme anécdotas de su vida. Como otros muchos murcianos, había tenido que emigrar a Madrid durante la posguerra para poder sobrevivir, y viajaba de vez en cuando para visitar a sus sobrinos y para disfrutar de los encantos del Mediterráneo. Lo cierto es que Manuel me había conquistado ya por Albacete, cuando preguntó cómo una niña de quince años como yo viajaba sola en el tren. Cuatro horas de viaje dan para muchas historias y sólo las pudo interrumpir su curiosidad por saber qué era lo que me atraía a la capital y por qué mi equipaje eran unos claveles rojos. Así que, sin más, me lo preguntó. Me quedé mirando la ventana del tren sin decir nada. El paisaje se encadenaba en mis retinas como una tira de fotogramas que alguien pasa demasiado aprisa. No sabía si contarle que, justo el día anterior, había recibido una extraña llamada a mi trabajo.
La recepcionista me explicó que el interlocutor se había presentado como uno de mis primos de Madrid. Supuse que tenía parientes en la capital, porque dos hermanos de mi abuelo emigraron e hicieron su vida allí, pero jamás mantuve contacto con ninguno. Es curioso como, en ocasiones, nos cruzamos por la calle con personas que podrían ser más cercanos a nosotros de lo que pensamos, y ni siquiera les dedicamos una sonrisa. El muchacho, que se presentó como Enrique, me dijo que tenía 29 años y me comunicó que sus padres y abuelos habían fallecido y tanto él como sus hermanos estaban buscando a su familia. Sin saber muy bien cómo reaccionar, mi primer impulso fue invitarlos a Murcia, pero Enrique insistió en que fuese yo a conocerlos. En ese momento quería preguntarle muchas cosas, sobre todo, y aunque sonara egoísta, por qué me llamó precisamente a mí. Pero Enrique sólo me dijo: el viernes, a las ocho de la tarde, en el pórtico del Cementerio de la Almudena y colgó.
Ale, ni un teléfono, ni un nombre, ni una referencia. Sólo las coordenadas de la cita; lo tomas o lo dejas. ¿Y qué hacía yo? Aquello era tan extraño. Bueno, lo primero que pensé es que si me lo pensaba, no iría. Además, sólo perdía un día de mi tiempo y podía ganar una familia. Sí, definitivamente, merecía la pena. Pedí el viernes libre en el trabajo y seleccioné los claveles rojos más bonitos de mi pequeño jardín particular. Qué menos que llevar flores ya que nos habíamos citado en un cementerio. Mi abuelo siempre contaba que su casa estaba adornada con claveles. A sus parientes también deberían gustarles, aunque ya no pudiesen verlos ni olerlos. Decidí no alertar a mi familia con esa información, por si era una falsa alarma y porque, al fin y al cabo, era una locura.
… Nada… que estoy haciendo la tesis doctoral y tengo que mirar unos libros en Madrid… le contesté a Manuel, no sé cuánto tiempo después de su pregunta. ¿Es que no hay libros en Murcia?, preguntó sorprendido el anciano. Me eché a reír volviendo la vista a ese paisaje que se sucedía como una lluvia de estrellas fugaces.
Eran casi las ocho y allí estaba yo, bajo ese impresionante pórtico. Aquel campo santo era espectacular. Bastaba con saber que acogía más de cinco millones de almas para aplicarle ese calificativo. Todavía me preguntaba por qué había atendido tan extraña llamada y miraba con rabia los claveles que, tras la espera, estaban ya hechos una pena. No es que hubiese mucha gente, pero la intuición me ayudó a distinguir perfectamente a Enrique en aquel escenario tan peculiar.
Nos paramos el uno frente al otro y comenzamos a observarnos sin hablar. El corazón se me iba a salir del pecho. Yo estaba tan nerviosa que me dio la risa y Enrique sonreía, como para acompañarme en lo incómodo del momento. De pronto cogió mis manos, llenas de claveles, y sus ojos comenzaron a humedecerse. No reunía el aliento para hablar. Yo no sabía cómo consolarle. Es más, no sabía nada de él. Para cortar el hielo sólo se me ocurrió decir: “Me habría encantado conocerte antes”. Muy al contrario, Enrique se quedó congelado tras mi comentario. Sorprendido, palideció. Comenzó a tensarse. Parecía que le iba a dar algo. No sabía bien qué había dicho, pero seguro que había metido la pata.
Se recompuso como pudo y me agradeció que hubiese acudido. Me indicó la ubicación exacta de sus familiares dentro del Cementerio de la Almudena. Teníamos muchas cosas que contarnos pero, antes de hacerlo, me dijo que él también quería ir a por flores. Me pidió que fuese entrando, que él se reuniría conmigo en cinco minutos. Insistí en acompañarlo, pero era incluso más testarudo que yo. Estaba claro que ambos compartíamos ese gen familiar, pero como era la invitada, creí que era mi obligación ceder. Llegué justo a la ubicación y reconocí los apellidos de mi abuelo. Era un panteón de mármoles grises, no muy grande, pero decorado al detalle. Era precioso. Decidí esperar a Enrique, para que abriera las puertas del panteón y así yo pudiese dejar en los distintos nichos las flores que tan cariñosamente traía desde mi jardín. Pero Enrique no vino…
Pasaron las horas y me sentía como la víctima de una broma muy pesada y macabra. Seguro que ahora ese muchacho me miraba desde otro sitio y se reía de mí. Y seguro que me estaba grabando y mañana sería famosa en Youtube. Estaba tan enfadada que tiré una piedra contra el panteón y la puerta se abrió. Ya por curiosidad, entré a ver si aquellos eran en realidad mis familiares. Había muchas inscripciones, pero una de ellas llamó mi atención. Me acerqué y pude leer el nombre de un tal Enrique que, si las matemáticas no me engañaban, contaba 29 años el día que falleció. Todavía habría pensado que era una broma, hasta que, apenas sin respiración, leí el epitafio del nicho Enrique: “Me habría encantado conocerte antes”.
Otras historias del Cementerio de la Almudena
- El enterrador del cementerio
- En el Cementerio de la Almudena
- Paseando entre tumbas y flores
Pone los pelos de punta pero el final me parece romántico :-), es el cementerio de la almudena lo que sale en las fotos no? igual que sale en el relato...tengo fotos de más cementerios pero en ese no he estado y he visto arquitectura funeraria que me ha parecido bastante bonita, crei que ese lugar era más feo. Me gustó el ángel
ResponderEliminarun abrazo
Va a valer mucho la pena esta semana... Buen relato, de muy alta calidad...
ResponderEliminarCarpe Diem
como me gusta madrid, siempre pienso en volver.
ResponderEliminardespués de todo, madrid, es la cuna de buenos aires no?
Buen relato e increible la arquitectura de las fotos
ResponderEliminarUn regalo a los que no podemos disfrutar en situ
saudiños!!
Efectivamente las fotos que aparecen en esta entrada y en la de ayer son de la Almudena. Ya puestos le he cogido el gustillo a esto y también me he pasado por otros dos, pero eso lo dejo para futuras entradas.
ResponderEliminarUn abrazo
Bonitos reportajes de la almudena Miguel.
ResponderEliminarNormalemte los cementerios es algo que la gente evita ver. Son autenticos museos.
Las fotos invitan a visitar el cementerio. No conozco La Almudena, pero desde luego que impresiona. Digno de relatos tan buenos como el que acompaña a las fotos, un relato de una persona a la que admiro, como artista y como humana.
ResponderEliminarTe felicito a ti por tus instantáneas.
Un (b)eso
Querido Miguel. Ha sido un placer haber escrito para tu blog. Además de un fotógrafo estupendo, eres un sol de persona. Insisto, da gusto colaborar contigo. Muchas gracias por todo :) Besicosss
ResponderEliminarYa lo leí cuando Thedarksunrise se lo envió a Miguel (es que vivo con él) y me encantó. Ahora con las fotos ha quedado redondo.
ResponderEliminarQue sepáis que me dáis mucha envidia los dos.
Besotes,
Sara
Hay que reconocer que es un bonito relato, pero ¡qué yuyu!
ResponderEliminarEstupendas fotos, aunque menudo temita, y por lo que me ha parecido ver, abajo hay más.
Besos.
Soy amiga de Alicia y la verdad es que no esperaba menos de ella. Es muy buena escribiendo, aunque a veces diga lo contrario...
ResponderEliminarEl relato es precioso, las fotos también.
Pienso, al igual que Alicia, que a los cementerios no hay que tenerles miedo. Cuando hace falta un poco de paz e intentar entender qué hacemos aqui, es apropiado dar un paseo por uno de ellos. Eso sí, siempre con gran respeto.