Un 5 de marzo del año pasado (mes y medio después de que todo esto empezara) me dio por poner en el blog un contador de esos que te indican el número de personas que te visitan. Casi diecisiete meses después la cuenta ha alcanzado la cifra de 100.000 y por ello me apetece hoy darle las gracias a todos los que han pasado por este rincón ya que si esto sigo en marcha mucha culpa es vuestra.
Los que habitualmente entraís por aquí ya sabéis que siento especial debilidad por Joaquín Sabina, de hecho en más de una entrada algunas de sus canciones o poemas han aparecido aquí publicadas. Hoy, para celebrar ese 100.000, me apetece traer hasta aquí el discurso que dio, el pasado 15 de mayo, tras recibir de manos de Ruiz Gallardón la Medalla de Madrid.
En su presentación, el alcalde comentó que esta medalla se le entregaba al cantautor porque "se trata de un hombre de mil máscaras, que continúa la tradición de la bohemia y que ha sabido simbolizar en una canción como 'Pongamos que hablo de Madrid' su amor a la capital de España".
Cuando yo empezaba a corretear por Madrid, lo suyo, lo que de verdad se llevaba, era despreciar las medallas. Quedaba muy bien, pero era mentira. En realidad, eran las medallas las que nos despreciaban a nosotros.
Por una medalla de Madrid uno hasta madruga. Por darse un paseo por este Madrid isidril, tan primaveral, y tan hermoso, y tan faldicorto, al que le llamó Galdós una vez poblachón manchego. Pero también Galdós dijo -y yo lo dije un día en la plaza de toros de Las Ventas, no toreando, sino cantando-: “Yo nací en Madrid a los 30 años”. Luego, el Nobel Cela dijo que Madrid estaba entre Navalcarnero y Kansas City.
Para el niño de provincias que yo fui, Madrid era el sitio donde iban todos los trenes, y sobre todo era el mapa del deseo, el territorio de los sueños, estaba entre Babilonia y el paraíso terrenal. Lo malo de los sueños es que algunas veces acaban cumpliéndose. Yo siempre digo que los que habéis nacido en Madrid, como mis dos hijas, guapísimas, que son madrileñas, gatas de pro, se han perdido el modo de paladearla de alguien que viene de fuera y se baja en la estación de Atocha con su maleta de cartón y con su boina en el alma. Como era el niño de provincias que yo fui, que soñaba con conquistar una ciudad que es tan fácil de conquistar porque te deja empezar a ser madrileño en el mismo segundo en que te bajas en Atocha y te quedas en Madrid.
Quiero darle las gracias a Pancho y Antonio, mis músicos maravillosos, mis hermanos maravillosos que tienen tres cuartas partes de esa medalla. Decirle a Joan Manuel Serrat, que él tiene la de Barcelona, que es la única que tenía que no tenía yo, y ahora tengo la de Madrid y que no se la cambio. Con todos mis respetos a Barcelona. Madrid es la ciudad más hospitalaria, más callejera, más amable y más abierta del mundo, una ciudad donde es inconcebible imaginar a los madrileños desfilando detrás de un himno o con una bandera de Madrid. Y eso es estupendo. Una ciudad que además de ser Villa y Corte, ahora es una ciudad modernísima y maravillosa.
Este patio parece que lo estrenamos hoy y, aunque a mí me gustaba más la plaza de la Villa, me parece una delicia de lugar para acoger a toda la gente que admiro y a toda la gente que quiero. Quiero mandarle un beso a la madre de mis hijas y a mi novia Jimena, que es peruana. Es decir, madrileña, porque vive en la calle de Relatores.
Es muy emocionante. Estoy muy agradecido y abrumado. Y con alzhéimer. Muchas gracias.