Aunque las entradas relacionadas con la política no son muy comunes en este blog hoy os voy a dejar con un artículo del periodista
Enric Juliana, publicado en el periódico catalán
La Vanguardia, en el que podemos hacernos una idea de cómo se ve fuera de la capital lo que estos días está ocurriendo en las relaciones Ayuntamiento-Gobierno central.
Madrid va a reventar
La profecía del taxista fitipaldi se ha cumplido. Una noche, hace cuatro años –lo recuerdo bien porque faltaba poco para las elecciones municipales–, cogí un taxi un tanto especial. El tipo corría como un loco por la calle Velázquez, filosofando en voz alta sobre el destino de Madrid. Durante un cuarto de hora, desde María de Molina hasta las estribaciones del Bernabeu, bien agarrado al asidero, me sentí protagonista de Noche en la tierra, la película de Jim Jamrusch que retrata el mundo desde cinco taxis nocturnos. (Roberto Benigni, desternillante paseando a un cardenal por las callejuelas de Roma) Aquel era el sexto capítulo. Don Latino de Hispalis al volante. Un Valle-Inclán de Vallecas saltándose los semáforos en rojo en los confines del distrito de Chamartín.
–Le aseguro que Madrid va a reventar. Está cantado que Madrid va a reventar. El pufo será impresionante.
–Perdone, ¿por qué cree que va a reventar Madrid?
–Este tío nos ha endeudado hasta las cejas. Le aseguro que Madrid va a reventar, pero yo a este alcalde le pienso votar. Los tiene bien puestos.
–¿Cómo?
–Oiga, este hombre lleva cuatro años abriendo agujeros bajo tierra; el soterramiento de la M-30, oiga, es espectacular; lo ha puesto todo patas arriba, nos ha endeudado a tope, pero le aseguro que este alcalde acaba las obras a tiempo. Vamos a reventar, pero yo le voto. Sí, señor, a este alcalde yo le voto.
Fue una carrera alucinante. Al bajar en Alberto Alcocer me temblaban las piernas, pero había aprendido algo interesante sobre el alma de la ciudad. La potencia. La bravura. La determinación. La desfachatez. Y esa instintiva convicción de que todo sigue siendo posible en las proximidades del Estado.
En Madrid, las cosas no se diseñan, no se debaten más de la cuenta, ni se cuestionan a la barcelonesa manera –aquí una audiencia vecinal, allá el Foment de les Arts Decoratives, más allá una carta en La Vanguardia; un tema del día en el programa de Josep Cuní y una pancarta en un balcón del Eixample–, en Madrid, las cosas se dictan y ocurren. Ese es su orden.
Madrid, como profetizaba el taxista castizo y visionario, está a punto de reventar. El alcalde Alberto Ruiz-Gallardón acudió ayer a la Moncloa para que el Estado le ayude a refinanciar la monumental deuda del municipio, cifrada en 7.200 millones de euros, cuatro veces lo que deben Barcelona y Valencia juntas.
Zapatero, según la versión oficial, le dijo que no, alegando el riesgo España en los mercados, reactivado estos días por el derrumbe irlandés y el fado triste de Portugal. El rescate de Madrid en el Financial Times tendría su impacto. (Y el PSOE, no lo duden, quiere que las deudas del Partido Popular queden públicamente expuestas. Que se ventilen durante un tiempo. Ruiz-Gallardón sería temible como número dos de Rajoy en las generales.)
Hay tensión. El alcalde desmiente el rumor de que no queda dinero para pagar las nóminas. Los créditos puente crujen y hay unos bonos a devolver que están en manos de bancos alemanes.
Si usted ha comprado títulos del empréstito Castells –los bonos de la Generalitat a interés griego–, olvídese de las bravuconadas inútiles de la campaña electoral y no pierda de vista el agujero de Madrid. Se está fraguando una operación de Estado.