La entrada de hoy tiene su origen en el Romancero Popular y nos cuenta la leyenda, o hecho verídico, eso queda en gustos, acaecido hace unos cuantos siglos. Nos cuenta el suceso acaecido en el seno de un matrimonio madrileño bien avenido, que en pocas horas pasó de vivir un cuento de hadas a protagonizar una orgía de sangre y muerte.
Todo comienza cuando el marido debe emprender un viaje de negocios y deja en casa a su mujer que está a punto de dar a luz.
En la ciudad de Madrid, que es ciudad nombrada y buena,
residía un caballero que trata en paños de seda;
Isidro se llama él, su esposa doña Manuela.
A este tal le ocurrió un viaje de su casa a treinta leguas;
ella se abrazaba de él y él se abrazaba de ella.
- ¿Cuándo has de volver, Isidro, Isidro, cuándo es tu vuelta?
- Prenda de mi corazón, lo más pronto que pudiera.
En el viaje es abordado por un fraile que le pone al día de todo lo que se cuece en su casa cuando él no está presente. Isidro conocedor de la rectitud y honestidad de su santa esposa decide hacer oídos sordos al fraile pero finalmente las pruebas que le ofrece hacen mella en él.
Se cogió dos mil doblones, se marchó para la recua.
En el medio del camino el demonio le saliera
vestido de religioso porque no le conocieran.
- Vuélvete, Isidro, a tu casa, que tu mujer te la pega.
- Eso no lo creo yo, que mi mujer es tan buena,
que en lo que ha que estamos juntos no he visto maldad en ella.
- Pues si no lo quieres creer mira aquí las siete vueltas
de corales que la diste cuando otorgaste con ella,
que me los dio su amigo que conmigo se confiesa.
La ira y la repentina sensación de que un par de apéndices empiezan a brotarle en su cabeza hacen que el tratante decida regresar a casa, donde es jubilosamente recibido:
Se volvió Isidro a su casa lleno de cólera ciega;
al entrar en el portal con la criada se encuentra.
- Buenos días, mi señor, su venida sea buena;
ya ha parido su señora, ya ha parido y está buena;
ya hemos bautizado al niño con gran regocijo y fiesta.
Isidro no escucha. No quiere saber nada de niños, sólo le preocupa ese dolor que por momentos se apodera de su sien. Por ello decide ir en busca de Manuel y poner las cosas "en orden".
El se ha subido a la sala donde está doña Manuela.
- Ven aquí, perra, la dijo, adónde están las siete vueltas
de corales que te di?, y a quién los has dado, perra?
- Toma la llave, Isidro, que en el arca de allí afuera
las siete vueltas están tales cuales ellas eran.
No hay tiempo que perder. A él, macho como el que más no le van a engañar con palabrería. La zalamería es algo que ha dejado de tener efecto sobre él.
Iba tan acelerado que no atendió a la respuesta;
la dio siete puñaladas y a las menos se muriera;
con la sangre que arrojaba de sus delicadas venas
ha manchado siete colchas y ocho sábanas de seda.
De allí se fue a la cocina donde estaba la tetera
dando de mamar al niño, le dijo de esta manera:
- También has de morir tú, también es razón que mueras,
que naciste de tu madre y algo heredarás de ella.
Le ha agarrado de los pies, contra un cimiento le diera,
hasta que el pobre angelito echó los sesos afuera.
Isidro sale de casa como alma que lleva el diablo sin saber cuál es el siguiente paso que debe dar. Yo que la criada me quedaba bien guarecido ya que cuando la sangría comienza no se sabe en dónde o con quién acaba.
Se cogió dos mil doblones, se marchó para la recua,
y en el medio del camino el demonio le saliera,
vestido de religioso porque no le conocieran.
- Padre, ya he matado al ñiño y mi mujer muerta queda.
- Pues si has matado al niño y tu mujer muerta queda,
más adelante no sigas que está la justicia entera,
y te vienen a prender los parientes de Manuela;
y lo que puedes hacer atarte con esta cuerda
que en mi cuerpo se ciñó y en el tuyo se ciñera.
Parece ser que la "valentía" de Isidro ya ha tocado fin por lo que mientras mira y remira la cuerda ofrecida, surge el milagro. Sin saber de dónde procede, una voz femenina, dulce y armoniosa llama la atención de Isidro. Es la Virgen.
Estando en estas razones, una allí viniera.
- Anda, demonio, al infierno y deja las almas buenas;
vuélvete, Isidro, a tu casa, que tu mujer está buena.
- ¿Cómo me volveré yo si mi mujer muerta queda?
- Vuélvete, Isidro, a tu casa, que tu mujer está buena.
Isidro incrédulo ante lo que acaba de escuchar decide regresar a su hogar. La hora del arrebato terminó.
Se volvió Isidro a su casa todo lleno de tristeza; a la entrada del portal y al subir de la escaleraya sintió llorar al niño y cantar doña Manuela. Postradito de rodillas allí perdón la pidiera; que le ha cegado el demonio, que si no él no lo hiciera. Y es así como felizmente Isidro encontró a su mujer y a su recién nacido esperándole con los brazos abiertos, no sabemos si por alegría o por miedo. Desde entonces, nunca más se supo de los desvaríos de Isidro y parece ser que aquel fue el día en el que que decidió que eso de matar la sed y la soledad a base de arrobas de vino bronco y peleón tenía que pasar a la historia.
(Aclaración: Las palabras en cursiva se corresponden con el Romance original titulado La calumnia del diablo).