
Julio Llamazares, escritor
Las fotos que cuelgo en este blog son sólo una excusa para mostrar todos aquellos lugares y personajes que por un motivo u otro más me atraen de esta ciudad caótica llamada Madrid. Si quieres seguir leyendo mis historias puedes hacerlo aquí: http://en99palabras.blogspot.com.es/
Sólo lo pierdo de vista cuando tengo que ir a buscar algo de comida a un restaurante cercando que me guarda los restos, y cuando me entran ganas de cagar o mear. El resto del tiempo estoy siempre al acecho, vigilante de lo que pase o deje de pasar en mi banco, que es como creo que ya he repetido, lo único que me queda en el mundo. Sí es verdad que cuando a veces me duermo por el día viene la policía y me levanta de malos modos, y también me dice que me vaya del Retiro, que no quieren volver a verme por aquí, pero yo hago como que me voy y luego vuelvo, y entonces lo vigilo más de lejos. Por las noches, en cambio, como mi banco está en medio de los árboles, nadie viene aquí a molestar y puedo dormir con él tan ricamente. Dormir y también hablar, que a él se conoce que le gusta que esté yo aquí sirviéndole de médium y dándole voz y carácter a su existencia.
Realmente, hoy por hoy, me preocupa más el futuro de mi banco que el mío propio, entre otras cosas porque del mío hace tiempo que ya está todo dicho, carne de cañón, borracho con problemas mentales, uno de los tantos mendigos miserables y hediondos que aparecerán muertos en los bancos de Madrid durante los próximos años. Él, sin embargo, mientras no haya una renovación del mobiliario del parque, está condenado a quedarse solo y otra vez en silencio para el resto de la eternidad, y encima aguantando el peso y las conversaciones de todos los que seguirán viniendo a ordenar su vida en estos bancos cada vez con más personas tristes o desequilibradas sobre ellos. A mí la vida me importa un pito, pero pensando en lo que va a ser de él sí me entra un reconcome que a veces no me deja ni dormir: yo se lo hago saber muchas veces, y él calla, y se queda como si no pasara nada, cuando yo sé que también está tan preocupado y tan acojonado como yo con la que se le puede venir encima. Cuando los días me vienen muy mal dados, y les puedo jurar que son casi todos los que el destino baraja en mi contra, me abrazo a mi banco y le digo entre sollozos de borracho llorón que no le dejaré nunca. Son, lo sé, las cosas que tiene la intemperie, pero yo las cuento por si acaso, a ver si cuando yo ya no esté alguien se puede hacer cargo de estas cuatro maderas que tanto y tanto me han querido todos estos años. Mi banco está, yendo en dirección a Vallecas, a unos quince metros a la derecha del camino que conduce del Paseo de Estanque a la estatua del Ángel Caído, en medio de un castaño y de un tilo enorme que sobrepasa al resto de los árboles que hay en esta parte del parque. Debajo de las maderas, si te agachas con cuidado, podrás ver que pone Ulises y una fecha de hace dos años. Ulises, no creo que haga falta aclararlo, soy yo, y ese banco es todo lo que me queda en el mundo. Si me muero, que lo haré a buen seguro un día de éstos, les pido que me lo protejan y que vengan a darle conversación y a acariciarle de vez en cuando. A lo mejor no consiguen que les hable, pero les aseguro que les quedará eternamente agradecidos. Y yo también.