Un banco, ese es mi banco, y es todo cuanto tengo en este mundo. Por el día me gusta estar cerca de él para que no le suceda nada. Me fijo bien en qué se sienta y en lo que hace la gente mientras está sentada. Por las noches ya estamos él y yo a solas, y en la confidencia de la oscuridad y el miedo, y un poco también por matar el frío o el calor, nos contamos lo que ha acontecido durante el día. Realmente hablo yo sólo, pero como si fuera dos. Soy capaz de darle al banco la voz que se merece, acogedora, algo solemne, sabia, y por supuesto cómplice y cercana. Me cuenta lo que hablan los viejos cuando están toda la tarde viendo pasar el tiempo antes de llegar a la muerte diaria de sus casas, también de lo que conversan los fumados de marihuana o los borrachos ocasionales, y a veces se pone cachondo y me pide que le acaricie las maderas y el espaldar cuando recuerda los arrumacos y las frases que se repiten los enamorados mientras se meten mano y apoyan las posaderas en sus tablas.
Sólo lo pierdo de vista cuando tengo que ir a buscar algo de comida a un restaurante cercando que me guarda los restos, y cuando me entran ganas de cagar o mear. El resto del tiempo estoy siempre al acecho, vigilante de lo que pase o deje de pasar en mi banco, que es como creo que ya he repetido, lo único que me queda en el mundo. Sí es verdad que cuando a veces me duermo por el día viene la policía y me levanta de malos modos, y también me dice que me vaya del Retiro, que no quieren volver a verme por aquí, pero yo hago como que me voy y luego vuelvo, y entonces lo vigilo más de lejos. Por las noches, en cambio, como mi banco está en medio de los árboles, nadie viene aquí a molestar y puedo dormir con él tan ricamente. Dormir y también hablar, que a él se conoce que le gusta que esté yo aquí sirviéndole de médium y dándole voz y carácter a su existencia.
Realmente, hoy por hoy, me preocupa más el futuro de mi banco que el mío propio, entre otras cosas porque del mío hace tiempo que ya está todo dicho, carne de cañón, borracho con problemas mentales, uno de los tantos mendigos miserables y hediondos que aparecerán muertos en los bancos de Madrid durante los próximos años. Él, sin embargo, mientras no haya una renovación del mobiliario del parque, está condenado a quedarse solo y otra vez en silencio para el resto de la eternidad, y encima aguantando el peso y las conversaciones de todos los que seguirán viniendo a ordenar su vida en estos bancos cada vez con más personas tristes o desequilibradas sobre ellos. A mí la vida me importa un pito, pero pensando en lo que va a ser de él sí me entra un reconcome que a veces no me deja ni dormir: yo se lo hago saber muchas veces, y él calla, y se queda como si no pasara nada, cuando yo sé que también está tan preocupado y tan acojonado como yo con la que se le puede venir encima. Cuando los días me vienen muy mal dados, y les puedo jurar que son casi todos los que el destino baraja en mi contra, me abrazo a mi banco y le digo entre sollozos de borracho llorón que no le dejaré nunca. Son, lo sé, las cosas que tiene la intemperie, pero yo las cuento por si acaso, a ver si cuando yo ya no esté alguien se puede hacer cargo de estas cuatro maderas que tanto y tanto me han querido todos estos años. Mi banco está, yendo en dirección a Vallecas, a unos quince metros a la derecha del camino que conduce del Paseo de Estanque a la estatua del Ángel Caído, en medio de un castaño y de un tilo enorme que sobrepasa al resto de los árboles que hay en esta parte del parque. Debajo de las maderas, si te agachas con cuidado, podrás ver que pone Ulises y una fecha de hace dos años. Ulises, no creo que haga falta aclararlo, soy yo, y ese banco es todo lo que me queda en el mundo. Si me muero, que lo haré a buen seguro un día de éstos, les pido que me lo protejan y que vengan a darle conversación y a acariciarle de vez en cuando. A lo mejor no consiguen que les hable, pero les aseguro que les quedará eternamente agradecidos. Y yo también.
Casi se me han escapado las lágrimas Miguel. GRacias por traernos este relato de Santiago....me ha parecido maravilloso y a la vez tan fuerte y tan triste....Apuesto a que ese banco se siente afortunado por ese "amigo".
ResponderEliminarBesos Miguel y gracias de nuevo por esta lectura reposada
No te preociupes Ulises, seguro que vivirá muchos años disfrutando de tu recuerdo, de tus palabras y de tu compañía, y como es un banco afortunado, encontrará, sin duda, un nuevo y maravilloso amigo como tú, que lo cuidará y lo acompañará.
ResponderEliminarSi los bancos hablaran...
Muy bonito y tierno relato.
Un beso, Miguel.
Dile a Ulises que su Banco también lo ama, sin pagar ni una cuota...
ResponderEliminarNo hay duda de que el amor se encuentra donde uno menos lo espera.
ResponderEliminarSaludos y gracias por vuestros comentarios.
Me gustaría saber dónde se puede conseguir ese libro de Santiago Gil y quién lo ha editado. Me ha gustado mucho el relato. Hacía tiempo que no me emocionaba tanto leyendo algo. He llegado a tu blog de pasada bucando cosas de Madrid y me apunto a él sobre la marcha. Una cosa: creo que donde escribes qué se sienta, debería decir quién se sienta. Está al principio, y el resto de la frase sugiere que es quién en lugar de qué. Muchas gracias por la recomendación.
ResponderEliminarManuela mira los siguientes enlaces por si te sirven:
ResponderEliminarhttp://www.guiadegrancanaria.org/documentacion/santiago_gil/libros/el_parque.pdf
La editorial es canaria y se llama: ANROAR EDICIONES, S.L. Ahí va el enlace:
http://www.anroart.com/
Saludos y bienvenida
Muchas gracias, Miguel.
ResponderEliminar