lunes, 28 de septiembre de 2009

San Plácido: ¿convento o lupanar? (Parte I)

"Hay en Madrid una iglesia,
que de San Plácido llaman,
y al lado un pobre convento
de muy mezquina fachada.

Allí dejadas del mundo,
cifrando en Dios su esperanza
dejó en un tiempo la corte
sus más elegantes damas"

Este romance cuenta el origen del convento de la Encarnación Benita, situado en la calle San Roque, y conocido como San Plácido. Fue fundado en 1623 por Jerónimo de Villanueva, mano derecha del Conde Duque de Olivares y Teresa Valle de la Cerda, mujer de noble linaje, supuesta ex-amante de Jerónimo, y priora del convento.

El convento tuvo el dudoso honor de estar en boca de los madrileños de la época debido a los desconcertantes sucesos que aquí sucedieron, estando involucrados en ellos las monjas que allí profesaban, el confesor, el Conde-Duque de Olivares y otros distinguidos nobles y hasta el mismísimo Felipe IV. Posesiones diabólicas, blasfemias, favores sexuales y todo tipo de actos sacrílegos eran aquí el pan nuestro de cada día.

La primera historia se conoce como las Iluminadas de San Plácido, y en ella tienen papel protagonista la priora Teresa, fray Francisco García Calderón, apuesto confesor que años atrás había sido condenado por sus ideas heréticas, y las monjas, fieles seguidoras de la regla de San Benito, conjunto de duras normas que incluían trabajo de sol a sol, largos tiempos de ayuno y régimen de clausura.

Todo comienza un 8 de septiembre de 1625 cuando una de las monjas, comienza a comportarse de forma extraña: sufre contorsiones, emite gritos desgarradores, blasfema, y arroja las reliquias contra las paredes. Todo indica que se encuentra poseída por el Diablo. Preocupada por esta conducta, la priora decide que le realicen a la monja un exorcismo, del cual se encarga fray Francisco. Pronto las malas lenguas señalan que no sólo no se ha curado, sino que poco a poco el resto de las monjas van sintiendo procesos similares hasta que 25 de ellas, incluida la priora, acaban también siendo poseídas. Sólo cinco se librarán del maligno.

El Santo Oficio toma cartas en el asunto e interroga, valiéndose en algunos casos de la tortura, a todos los involucrados hasta que el confesor confiesa y reconoce que ha mantenido relaciones pecaminosas con las monjas. A pesar de admitir únicamente el haber tenido tocamientos y haber comido de la boca de las monjas, incluida la priora, todos intuyen que esto no ha quedado ahí.

La Inquisición decreta que confesor y priora son culpables de prácticas heréticas y sacrílegas y de pertenrcer a la secta de los Iluminados. Son acusados de extender entre las monjas creencias contrarias al dogma de la Iglesia, como por ejemplo convencerlas de no ser pecado el tener tratos carnales siempre y cuando se hicieran con amor hacia Dios. Sobre las posesiones diabólicas se afirmaba que todo era una fabulación para intentar evitar ser castigadas por sus actos impuros.

Debido a su arrepentimiento el confesor se libra de la hoguera y es condenado a prisión perpetua. La priora, que sigue alegando haber estado bajo influjo del maligno, es recluida en un convento mientras que las demás monjas son desperdigadas por varios conventos con distintas penitencias. En 1638, ocho años después de la primera sentencia, doña Teresa recurre ante la Inquisición con un extenso alegato, documentado de forma extensa y precisa en la Biblioteca Nacional.

Ya fuera porque sus razones resultaron suficientemente convincentes, por las fuertes presiones políticas, llegadas desde muy arriba, o por buscar una forma de reparar el daño sufrido por la orden, lo cierto es que el Santo Oficio perdona a la priora y la absuelve de todos sus cargos. Con esta absolución queda la duda de qué fue lo que realmente ocurrió dentro de aquellos muros.

¿Fue el Diablo el organizador de tal desmadre, o simplemente el confesor con su cara bonita y sus dulces palabras, aprovechó algún momento de debilidad de las monjas para poder beneficiárselas? ¿Estrés por las duras condiciones de vida, posesión diabólica, herejía o furor uterino? La duda está servida.
(Esto no acaba aquí. Mañana continúo con otra historia de este convento en la que el protagonista es el Conde-Duque de Olivares. No faltéis ya que la historia tampoco tiene desperdicio).

5 comentarios:

  1. ¡Me has dejado con la miel en los labios! mañana me leo la segunda parte.

    Hay cierto morbo con las relaciones sexuales de curas y monjas, yo creo que hay mucha leyenda y muy poca verdad.

    ¡Un abrazo!

    MIGUEL

    ResponderEliminar
  2. En este caso está documentado todo. No así en las dos próximas entradas sobre este tema en las que es más leyenda que otra cosa.

    De hecho, según he podido saber, en la Biblioteca Nacional se encuentra el alegato que hizo Teresa Valle de la Cerda para que anularan su pena.

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  3. Como Miguel (Ana Pedraza) creo que hay temas que son como muy fácil de explotar. en cualquier caso...estoy cada vez más segura de que en todas partes cuecen habas...Ces't la vie. Espero con ganas la segunda parte y cuando tenga tiempo recuerdo un chiste de monjitas que te contaré...jaja. Besos

    ResponderEliminar
  4. Pedazo de guión se está perdiendo....

    Carpe Diem

    ResponderEliminar
  5. Notición

    El 13 de octubre es el Stairs Day. Coloca tu escalera ese día en tu blog para conseguir subir y subir hasta lo más alto. No es una apuesta, no es un macrobotellón de escalones, no es un aniversario de los más de 1.000 post colocados en dos años con la temática de la escalera. Es el STAIRS DAY.

    ResponderEliminar

DIME QUE PIENSAS