martes, 11 de noviembre de 2008

El duende de la Casa de Fieras

Soy un duende enamorado de un hada adolescente... Vivo eternamente sentado sobre esta jaula que antaño guardaba a un león. Tengo una flauta mágica que nadie escucha y un gorro verde y puntiagudo a juego con mi jubón y mis calzas. Mis ojillos chispeantes parecen no posarse sobre ningún sitio en concreto mientras que una sonrisa burlona permanece impávida en mi cara.

Mi nombre... ¡qué importa mi nombre!. No recuerdo cuando nací ni cuando llegué aquí. Hubo un tiempo en que no estaba tan solo. A mi alrededor había exóticos animales para los que yo actuaba cada noche y cada día atraía las mismas miradas curiosas que mi felino compañero. De ese tiempo ya casi no guardo recuerdo. Ahora solo estoy yo, permanente guardián de unas jaulas vacías. Pero desde hace un tiempo ya no soy el mismo, tengo un anhelo imposible: soy un duende enamorado de un hada. De todos es sabido que hadas y duendes son enemigos irreconciliables. Pero por más que intento explicarle que yo no soy así, ella no quiere escucharme.

Todas las mañanas la veo pasar. Camina despacio, casi siempre remoloneando con ojos soñolientos. Siempre va arrastrando un extraño objeto tras de sí, sus tesoros pienso yo. Y siempre parece aminorar el paso a mi altura y me mira de reojo. Estoy seguro de que me mira de reojo. Yo toco mi melodía para ella, sólo para ella y procuro dejar que vea mi sonrisa afable. Pero inmediatamente gira la cara y aprieta el paso hasta que desaparece tras el foso de los monos. Y aquí me quedo yo, sólo de nuevo, esperando que el día siguiente me traiga una nueva oportunidad de demostrarle mi amor incondicional.

La primera vez que la vi casi me caigo de lo alto de mi atalaya. No me podía explicar cómo esa pequeña hada me había hecho perder así la compostura. De repente estaba ahí parada contemplándome fijamente con sus ojos azules y su pelo claro y rizado. Se plantó delante de mí con su halo de dulzura y sin un atisbo del miedo que debería haberme demostrado. Creo que hasta casi me sonrió. Aunque intenté lanzarle mi mirada más maléfica, no pude.

De repente pareció perder el interés y siguió su camino. Me dejó con aquel desconcierto, que pronto se convirtió en un malestar extraño en mi pecho de piedra. Desde entonces, yo que soy amante de la noche por naturaleza, no veo el momento de que llegue el alba y con ella mi hada. Sin embargo, hasta ahora sólo he conseguido algunas miradas de reojo y su dolorosa indiferencia.

Cuanto más crece mi angustia por bajarme de mi altar, por tocarla y declararle mis locos sentimientos más parece ella rehuírme y más frías y distantes parecen sus miradas de soslayo. Desesperado, esta mañana he probado a sonreírle abiertamente. Lo único que he conseguido es que saliera corriendo. Estoy desolado, creo que no me quiere...

Paula llegó jadeante a la salida del Retiro. Se juró que a partir de ahora se levantaría más temprano. O eso o llegaría tarde a clase. Pero por mucho que acortara pasando por la Casa de Fieras no volvería a pasar delante de ese duende tan inquientante. Si hasta juraría que hoy la ha sonreído maliciosamente e incluso ha visto un brillo perverso en sus ojillos achinados.

Esta es otra historia de Sara, y en este caso está inspirada en el duende existente en una de las jaulas de la Casa de Fieras. Situada en el Retiro, este lugar fue el antecedente del actual Zoo de Madrid.

14 comentarios:

  1. Buenas, me ha gustado mucho tu blog, a mi también me gusta hacer fotos de Madrid.
    Puedes usar mis fotos en tu blog si quieres, la unica condición es que especifiques el autor y que la foto esté enlazada a la página original en la que se encontraba la foto. Puedes verlas en http://www.panoramio.com/user/477559/tags/madrid

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  2. Tienen estas fotos de la casa de fieras una añoranza. Me alegraste la mañana.

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  3. Qué preciosas fotos, ya ni me acordaba de que eso existía, y qué linda historia, pobrecito duende, lástima que pusiese sus ojos en el hada equivocada, suele pasar muy a menudo.
    Besos, Miguel.

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  4. Mira que las hay desconfiadas..., ella se lo pierde. No se que será peor si la inmovilidad o el miedo...

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  5. Jijijijij la primera vez que lo ví fue en una excursión de colegio a una exposición que se hacía en el Retiro....no se, ese sitio tiene algo!!!

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  6. No recuerdo al duende, nunca me había fijado en él.
    Siempre tendré en la memoria al oso blanco descolorido del retiro.
    Un saludo.

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  7. Clap clap clap

    Muy bonita historia. Acompañada de las fotos me ha gustado mucho.

    Mis padres me hablaban mucho de la Casa de Fieras del Retiro. Siempre era muy comentada en casa la anécdota de que mi hermano metió la cabeza entre los barrotes de la jaula de los leones y luego no la podía sacar, jajaja.

    No sé cómo serían aquellas jaulas de entonces, pero me imagino que no llevaban la protección de ahora.

    Dios! Casi me quedo sin hermano! :-(...;-)

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  8. Hay que ver la manera verdaderamente eficaz y convincente con que recrea el cuento ese ambiente de soledad y vacío, pero de magia y encanto del antiguo hogar de los animales en el Retiro. Apuesto por el duende, aunque la niña del cuento mueve también a cierta indulgencia, pobrecilla...

    Las fotos y el cuento molan una tortilla de huevos..ja,ja..

    Saludos.

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  9. Pues es una buena convinación las historias de Sara y tus fotografías, espero que se prodigue más :-)
    No tenía ni idea de la existencia de éste lugar ¿está en el retiro??? lo buscaré la próxima vez que vaya

    Un abrazo!

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  10. EO!!
    Que tal??
    Me ha encantado ese duende!! Me han entrado ganas de planear una escapada!!

    Petunicus

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  11. Y a las brujas también les sonríe? me sonreirá si paso? Múa¡

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  12. Es magnífico el comentario.Solo una puntualización, en la jaula del duende no había un león sino un oso polar.

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  13. Anónimo tienes razón pero en este caso habrá que considerlo una licencia de la autora del relato.

    Saludos

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  14. Hay que ser mas viejo para redcordar que el oso, que era un oso en efecto, era pardo, aunque en el cartel decía "OSO GRIS (MUY PELIGROSO)"

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