¡Al rico barquillo de canela para el nene y la nena!. El barquillero, vestido de chulapo y con su inconfundible acento, vocea a los cuatro vientos las excelencias de sus barquillos: ¡Barquillos de canela y miel, que son buenos para la piel!. Esta estampa, muy popular en el siglo XIX y a comienzos del XX, ha ido desapareciendo paulatinamente de nuestras calles.
Cargados con su inseparable bombona metálica y su cesta de mimbre, los barquilleros tratan a duras penas de mantener esta tradición que nos trae recuerdos de nuestra infancia pero que a día de hoy apenas da para vivir dignamente. Si te fijas en ellos veras que la mayoría tienen una cosa en común, en su bombona pone Cañas, una saga de barquilleros que ha ido transmitiendo la venta de este producto de generación en generación.
¡Vamos, que hoy los regalo!. El barquillero empieza a girar la ruleta de la bombona e intenta captar la atención de los viandantes para que prueben suerte con el juego del clavo. La ruleta da vueltas y apunta a los distintos números, el barquillero avisa: ¡ya no va más!. Cuando en el juego hay más de un participante, el que saca el menor número paga todos los barquillos, mientras que si sólo juega uno, éste tras pagar una cantidad puede llevarse un barquillo por jugada si la suerte le sonríe.
¡Clavo! grita el barquillero. La ruleta marca clavo, es decir, se ha parado en uno de los cuatro tornillos que sujetan la ruleta por lo que el jugador pierde todos los barquillos acumulados hasta el momento. Cada vez la gente juega menos, ya que prefiere comprar los barquillos directamente, pero en su momento el juego tuvo bastante éxito. En un país en el que cuando las necesidades aprietan, la picaresca es de las primeras que hace acto de aparición, era práctica bastante extendida el que la ruleta estuviera trucada (los clavos flojos o la máquina desnivelada) para intentar timar al oponente.
Arrinconado cada vez más por la cosntante invasión de nuevos dulces, el barquillero intenta sobrevivir vendiendo, como toda la vida, sus barquillos de masa de trigo endulzada con azúcar o miel. Si eres de los que nunca has coincidido con uno de ellos lo tienes bastante fácil. A diario hay uno que se sitúa en la calle Preciados a la altura de la calle Tetuán, y si este no te viene a mano también lo puedes encontrar en sitios castizos como el Rastro, el Retiro o el Palacio de Oriente. Si te lo encuentras y eres amante del juego, ya sabes, rétale y a ver si hay suerte.
Cargados con su inseparable bombona metálica y su cesta de mimbre, los barquilleros tratan a duras penas de mantener esta tradición que nos trae recuerdos de nuestra infancia pero que a día de hoy apenas da para vivir dignamente. Si te fijas en ellos veras que la mayoría tienen una cosa en común, en su bombona pone Cañas, una saga de barquilleros que ha ido transmitiendo la venta de este producto de generación en generación.
¡Vamos, que hoy los regalo!. El barquillero empieza a girar la ruleta de la bombona e intenta captar la atención de los viandantes para que prueben suerte con el juego del clavo. La ruleta da vueltas y apunta a los distintos números, el barquillero avisa: ¡ya no va más!. Cuando en el juego hay más de un participante, el que saca el menor número paga todos los barquillos, mientras que si sólo juega uno, éste tras pagar una cantidad puede llevarse un barquillo por jugada si la suerte le sonríe.
¡Clavo! grita el barquillero. La ruleta marca clavo, es decir, se ha parado en uno de los cuatro tornillos que sujetan la ruleta por lo que el jugador pierde todos los barquillos acumulados hasta el momento. Cada vez la gente juega menos, ya que prefiere comprar los barquillos directamente, pero en su momento el juego tuvo bastante éxito. En un país en el que cuando las necesidades aprietan, la picaresca es de las primeras que hace acto de aparición, era práctica bastante extendida el que la ruleta estuviera trucada (los clavos flojos o la máquina desnivelada) para intentar timar al oponente.
Arrinconado cada vez más por la cosntante invasión de nuevos dulces, el barquillero intenta sobrevivir vendiendo, como toda la vida, sus barquillos de masa de trigo endulzada con azúcar o miel. Si eres de los que nunca has coincidido con uno de ellos lo tienes bastante fácil. A diario hay uno que se sitúa en la calle Preciados a la altura de la calle Tetuán, y si este no te viene a mano también lo puedes encontrar en sitios castizos como el Rastro, el Retiro o el Palacio de Oriente. Si te lo encuentras y eres amante del juego, ya sabes, rétale y a ver si hay suerte.
Qué pena que se pierdan estas profesiones tan pintorescas. Cuando yo era pequeño, en Melilla, había un señor que vendía barquillos a la salida del colegio... pero allí ya no quedan.
ResponderEliminarAlguna vez jugué con la ruleta y en alguna ocasión me regalaron un barquillo. Siguen barquilleros en Palacio de Oriente, Puerta del Sol, Plaza Mayor...
ResponderEliminarA estos barquillos tampoco los conozco.
ResponderEliminarEn mi provincia, Tucumán, hay un señor que vende cubanitos (que vendrían a ser los redondos largos pero rellenos -como no podía ser de otra forma- de dulce de lecle, mmmmm!
Tu blog es muy bueno. Cuenta con mi visita diaria y por supuesto te voy a agregar en mi listas de blogs que leo a diario.
ResponderEliminarUn saludo.
Y BIEN rico que esta el barquillo. Poco a poco, nos quedaremos sin estos profesionales. Un abrazo.
ResponderEliminarMe gusta tu blog. Está bien que no se pierdan las tradiciones, me encanta verlos, pues son recuerdos entrañables.
ResponderEliminarUn beso.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm
ResponderEliminarBarquillos, que ricos jiji. Yo soy de la que los compra en el Rastro y de la que siempre le hecha a la señora del organillo que siempre o casi siempre está los domingos en el rastro y a las tardes en la calle Preciados.
Yo vivo en Asturias, aunque dentro de poquitos meses seré residente en Madrid (Que ganasss) y aquí había un barquillero cuando era pequeñita y adorabaaaaaa los barquillos, pero ese pobre señor que llevaba el negocio de las castañas y los barquillos aquí donde vivo, hace poco que se murió. Y como bien comentas, esta profesión no da para vivir dignamente, así que su hijo sólo se dedica a las castañas y barquillos cuando puede... es una pena, porque cuanto más rico y más alimento es un barquillo que no estas porquerías industriales. Es una pena que se esté perdiendo. Yo la próxima vez que vaya a Madrid cae un barquillo ¡¡¡fijísimo!!!.
Un besazo. Y como siempre, GRACIAS.
aun hay por el parque san francisco barquillero y saben riquisimos, la verdad es que me encantan los barquillos y siempre le pago más de lo que pide, porque me parece muy barato.
ResponderEliminar¡Ah! y si, sigo aqui y he despertado, porque merece la pena abrir los ojos para ver blogs como el tuyo :)
besitos para los madriles!!!
Una vez le intente hacer una foto al barquillero de la plaza de oriente y tiene una mala leche impresionante. Lo digo por si pasais y le vais a hacer una foto. saludos
ResponderEliminarOtra de las cosas típicas típicas madrileñas que es muy bueno que no se pierdan. Eso sí vestidito de chulapo/a, y no olvidemos las castañitas asadas de estas navidades!
ResponderEliminarummmm
saludos
Siempre recuerdo que mi abuelo me contaba que él jugaba y casi siempre ganaba. El barquillero no le dejaba jugar ya cuando le veía, jajaja. :-)
ResponderEliminarA mí lo que me alucina es que aún subsistan.
Me encanta verlos, me traen recuerdos de mi infancia, siempre que iba al Retiro, me compraban mis padres barquillos, luego lo hice yo con mi hijo. Me gustaba dar a la ruleta, la verdad es que no recuerdo muy bien si me timaban, daba igual, era muy divertido.
ResponderEliminarAhora alguna vez me compro alguno, pero me da un poco de vergüenza hacer girar la ruleta, ¡a mis años!, esperaré a que mi Mateo sea mayor para llevarlo como excusa.
Ojalá no desaparezcan los barquilleros.
hola,
ResponderEliminaren ourense hay una asociación que trata de recuperar la figura del barquillero......
se ve en algunas fiestas etnográficas y de época.