El autor de la historia que aparece en esta entrada es Manuespada: periodista, guionista de TV y autor del blog La espada oxidada. Según él mismo nos cuenta en su perfil, algunas de sus pasiones son el cine, la fotografía y la literatura. Dentro de este último campo ha ganado varios premios de cuentos, y gracias a uno de ellos ha publicado el libro de relatos "El desguace". A disfrutar con su relato:
Si tuviera que reencarnarme en una ciudad, ésta, sin duda, sería Madrid. Dicen que cada uno encuentra su lugar en el mundo, y yo me encontré aquí hace once años. El “no” madrileño más famoso que ha pasado por Madrid seguramente sea Paco Martínez Soria, a cuyo personaje de la gallina siempre se hace referencia cuando la gente “de provincias” nos acercamos por primera vez a la capital.
Respecto a esta “primera vez”, las anécdotas más jugosas suelen ocurrir en el metro, ya que en nuestras ciudades no existe este medio de transporte y, por tanto, ni sabemos muy bien cómo se accede a él, ni conocemos las paradas más allá (una vez más) de la canción de Sabina (Tirso de Molina, Sol, Gran Vía, Tribunal).
Pocas cosas hay tan madrileñas como este Metro que inauguró en 1919 Alfonso XIII y que a día de hoy, en el Madrid de Gallardón, se expande más de 310 kilómetros. Su olor inconfundible (más o menos desagradable), incluso el tufillo que sale por las rejillas que dan a la superficie me sitúan de inmediato en Madrid tras una temporada fuera, una bienvenida sensorial que me sitúa de nuevo en casa, en la ciudad que me hace feliz.
Las bocas de las casi 300 estaciones que tiene son punto de encuentro (a las diez en Tribunal) cada día para miles de personas, y sus galerías subterráneas, con tan variopinta fauna (músicos serios, perros flauta, pedigüeños, artistas, vigilantes, lectores de vagón, bandas, tribus urbanas, etc.) albergan una vida con tiendas de ropa, kioskos, estancos y todo tipo de boutiques, de tal manera que podrías vivir casi sin salir del subsuelo, como un topo, o como el Lute cuando era el Lute e hizo del subsuelo de la capital su escondite.
La primera parada de metro en la que entré fue Usera, y allí me quedé tres años. En más de una ocasión di la vuelta completa a la línea 6 (la circular) con un libro en las manos o dormido a las cinco de la mañana, en ese momento odioso en el que los pajaritos comienzan a piar cuando sales del fondo de la tierra y la claridad del día te ciega como a un vampiro. Luego vino Quevedo y más tarde Menéndez Pelayo, mi parada habitual.
El Metro de Madrid no vuela, como dice la publicidad institucional, sino que más bien se para en los túneles durante minutos, lo que incluso ha provocado motines. Ahora veo esa otra publicidad de los otros Madrid que hay por el mundo y hacen réplicas de nuestro Metro. Esos anuncios dicen que “hay otras diez ciudades llamadas Madrid en el mundo, ¿casualidad o admiración?”, pero tampoco es cierto.
Me he podido enterar de que al menos hay 35 Madrid en el Planeta, algunas con playa, como el Madrid de la isla Filipina de Mindanao. Al menos aquí tenemos una parada de Metro llamada Islas Filipinas. Hay otra Madrid en Filipinas, once nada menos en los EEUU, nueve en Sudáfrica, cinco en Colombia, y una en Canadá, Chile, República Dominicana, Guinea Ecuatorial, México, Puerto Rico, en incluso, Suecia. Esta tarde aparcaré el coche, cogeré un libro, me montaré el metro, e iré rumbo a ninguna/todas las partes mientras Paco Martínez Soria me sonríe desde el cielo, porque ya se sabe, que “De Madrid, al cielo”, aunque sea desde “el subsuelo”.
Respecto a esta “primera vez”, las anécdotas más jugosas suelen ocurrir en el metro, ya que en nuestras ciudades no existe este medio de transporte y, por tanto, ni sabemos muy bien cómo se accede a él, ni conocemos las paradas más allá (una vez más) de la canción de Sabina (Tirso de Molina, Sol, Gran Vía, Tribunal).
Pocas cosas hay tan madrileñas como este Metro que inauguró en 1919 Alfonso XIII y que a día de hoy, en el Madrid de Gallardón, se expande más de 310 kilómetros. Su olor inconfundible (más o menos desagradable), incluso el tufillo que sale por las rejillas que dan a la superficie me sitúan de inmediato en Madrid tras una temporada fuera, una bienvenida sensorial que me sitúa de nuevo en casa, en la ciudad que me hace feliz.
Las bocas de las casi 300 estaciones que tiene son punto de encuentro (a las diez en Tribunal) cada día para miles de personas, y sus galerías subterráneas, con tan variopinta fauna (músicos serios, perros flauta, pedigüeños, artistas, vigilantes, lectores de vagón, bandas, tribus urbanas, etc.) albergan una vida con tiendas de ropa, kioskos, estancos y todo tipo de boutiques, de tal manera que podrías vivir casi sin salir del subsuelo, como un topo, o como el Lute cuando era el Lute e hizo del subsuelo de la capital su escondite.
La primera parada de metro en la que entré fue Usera, y allí me quedé tres años. En más de una ocasión di la vuelta completa a la línea 6 (la circular) con un libro en las manos o dormido a las cinco de la mañana, en ese momento odioso en el que los pajaritos comienzan a piar cuando sales del fondo de la tierra y la claridad del día te ciega como a un vampiro. Luego vino Quevedo y más tarde Menéndez Pelayo, mi parada habitual.
El Metro de Madrid no vuela, como dice la publicidad institucional, sino que más bien se para en los túneles durante minutos, lo que incluso ha provocado motines. Ahora veo esa otra publicidad de los otros Madrid que hay por el mundo y hacen réplicas de nuestro Metro. Esos anuncios dicen que “hay otras diez ciudades llamadas Madrid en el mundo, ¿casualidad o admiración?”, pero tampoco es cierto.
Me he podido enterar de que al menos hay 35 Madrid en el Planeta, algunas con playa, como el Madrid de la isla Filipina de Mindanao. Al menos aquí tenemos una parada de Metro llamada Islas Filipinas. Hay otra Madrid en Filipinas, once nada menos en los EEUU, nueve en Sudáfrica, cinco en Colombia, y una en Canadá, Chile, República Dominicana, Guinea Ecuatorial, México, Puerto Rico, en incluso, Suecia. Esta tarde aparcaré el coche, cogeré un libro, me montaré el metro, e iré rumbo a ninguna/todas las partes mientras Paco Martínez Soria me sonríe desde el cielo, porque ya se sabe, que “De Madrid, al cielo”, aunque sea desde “el subsuelo”.
Muy bueno.
ResponderEliminarMadrid no se entiende sin Metro. Es como una vida paralela ;-)
Estoy de acuerdo con Mamen, es como si hubiera un mundo subterraneo, desde luego que seríamos muy diferentes si no lo tuviéramos.
ResponderEliminarSaludos y enhorabuena al autor.
Excelente el relato, mis felicitaciones al autor, y las fotografías son tan fantásticas que se transforman en un universo paralelo a la narración.
ResponderEliminarGracias por el elogioso comentario que me dejaste. Siempre tan encantador.
BESOS
Hay muchas cosas interesantes en este Madrid al que estamos condenados. Yo descubrí unas cuantas hace unos años, indagando para escribir algunas historias ligadas a la ciudad. Hay tanta gente aquí, tantos cruces de vidas y de caminos, que surgirían cientos de páginas a quien se animara a narrar algunas de ellas. Bueno, tú haces algo de este tipo en tu blog.
ResponderEliminarY yo me alegro de encontrarlo
Qué propia la historia... Madrid es de esas ciudades en las que no se está de paso... cuando vas la primera vez dejas el corazón o te lo llevas... para siempre.
ResponderEliminarun punto de vista muy interesante el de este relato, muy instructivo, desde el subsuelo jeje
ResponderEliminarnos vemos en madrid
A mi me encanta...con mayúsculas el metro de Madrid. Creo al menos por las ciudades europeas que conozco)que nuestrometro es una maravilla.
ResponderEliminarMe ha gustado MUCHO el relato. Besos (ah Miguel gracias por tus comentarios). Más besos
El Metro, a pesar de todo, tiene su encanto y todo un mundo en su interior.
ResponderEliminarMi hijo, en algún momento, fue uno de esos músicos.
Nunca me he parado a pensar la cantidad de bocas de Metro que hay, se podría hacer una historia mezclando todos sus nombres, la mía tiene uno muy bonito, "Prosperidad".
Hacía mucho que no sabía nada de Manuespada, le había perdido la pista.
Besos para ambos.
A mi me encanta coger El Metro los fines de semana para ir al centro de Madrid a tapear, ir al Teatro o tomarte unas copas con los colegas.
ResponderEliminarMe gusta ver la cantidad de gente tan variopinta que circula por el. Guiris nacionales o extranjeros, tribus urbanas, ecuatorianos, marroquis, peruanos, madrileños, andaluces,... Como es fin de semana se ve a casi todo el mundo con buen rollo y ganas de aprovechar el tiempo de ocio del que dispone.
Gracias por compartir el relato.
Un Abrazo!
Te puedo contar una de las miles de anecdotas de metro para que veas lo despistada que viene la gente cuando usa el metro por primera vez.
ResponderEliminarEn cierta ocasión una persona sudamericana me pregunto como podía llegar a cierta estación. le explique el itinerario y le dije "coges la 6 hasta nuevos ministerios" Yo me refería a la linea 6, pero el entendio que debia esperar al tren numero 6, dos horas más tarde lo encontré abajo en el anden esperando a que llegara un tren con un numero 6