lunes, 18 de mayo de 2009

Refugio

Hoy se asoma a este blog Tamara, la autora del blog El mundo incontable, en el que nos deleita con sus intensos relatos, que no tienen nada que envidiar a los que puedas ver publicados por cualquier autor de campanillas.

El relato que nos regala está ambientado en el metro de Chamberí, en la que fue durante muchos años considerada la "estación fantasma". Lo que nos cuenta Tamara es fruto de un sueño de un familiar suyo, aunque curiosamente, y sin saberlo, todo lo que en él ocurre le sucedió realmente a otra persona cercana.

La casualidad también hace que ayer falleciera Mario Benedetti, uno de los escritores favoritos de Tamara, del cual tomó prestadas en una ocasión unas palabras para su blog:

"No vayas a creer lo que te cuentan del mundo
En realidad
el mundo es incontable
En todo caso es provincia de ti"


Las sirenas la sorprendieron acostando al pequeño. Chete se encogió como animal herido y se abalanzó sobre su madre. Volvían las bombas. Los aullidos alertando de la llegada de la aviación enemiga azuzaron su maltrecho corazón. El pequeño ronroneó incómodo, le asustaba el sonido estridente de las alarmas.
-¡Venga, mamá, tenemos que irnos! ¡Venga, vámonos al metro!

La voz de Chete la impulsó como un resorte. Arropó al bebé con la mantilla de lana más fuerte que encontró, y guardó unos trozos de pan duro en un pequeño atado. Las sirenas ahogaban su desagradable ulular ante el rápido avance de los aviones. Sus motores rasgaban el aire empañándolo de sones de guerra, desolación y muerte.

La calle desbordaba confusión. La gente corría por Eloy Gonzalo hacia el metro de Iglesia en busca de refugio desesperado. Mujeres, hombres, niños y ancianos atropellándose por alcanzar un lugar seguro. A la altura de Juan de Austria, Chete se le escapó de la mano y vio aterrada cómo la multitud se lo tragaba en un tornado de pánico, ruinas y edificios derruídos, paredes agujereadas forradas de sacos de tierra que formaban barricadas improvisadas, por las que se filtraba toda la angustia y desgarro que la muerte puede arrastrar.

Comenzó a gritarle, a llamarle desesperadamente por su nombre, ese nombre que había inventado para su hijo en las noches sin sueños que el hambre les entregaba. Mientras el frío arañaba, había inventado un lenguaje para acunar a sus hijos y abrigarles en noches de espesa desesperanza.

Su voz se perdió con el estallido de las primeras bombas. La onda expansiva de una de ellas la arrojó al suelo, pero logró caer sobre su hombro y proteger del impacto al bebé que bramaba entre sus brazos. Polvo, cascotes, piedras y metralla la rodearon con furia y estremecedor alarido, pero ella se había quedado sorda.

Se incorporó como pudo, y apretando firmemente al bebé contra su pecho, se adentró por la calle donde había perdido a su hijo mayor. Una niebla espesa de metralla y ceniza la cegaba por completo, y a tientas bajó por una acera donde ya se apilaban los primeros cadáveres. La bomba había caído muy cerca, en la plaza de Olavide.

De un portal salieron varias caras sucias, donde la infancia había borrado su rastro y sólo quedaba espacio para la angustia y el temor al mañana. Una de ellas se colgó de su brazo.
-¡Mamá!

El grito de Chete no le llegó a los oídos, se le encajó en las entrañas y le pellizcó la esperanza. Pero no había tiempo para alegrías, la celebración del reencuentro podía esperar. La pequeña familia se agarró fuertemente de la mano y se lanzó calle abajo hasta el metro de Chamberí, mientras las bombas seguían rugiendo en el Infierno.

En el metro se apiñaban familias enteras, fragmentadas, la mayoría sin fuerzas, todas de duelo. Bajaron al andén esquivando cuerpos y el silencio más profundo que describirse pueda: un silencio denso, oscuro, sonoro y compacto. Los azulejos de las paredes del andén refulgían en un estallido de brillo y colores. Ocupando toda la extensión de las paredes en pequeños mosaicos, los azulejos hablaban de productos de belleza, salud y futuro. Eran rostros hermosos, bien nutridos, como parodias de un mundo que ya no podía recordarse. Había quedado arrasado por las bombas y el odio.

La visión de la belleza que mostraba la publicidad de las paredes la sobrecogió, y tomando sitio en una esquina con sus niños, dejó que las lágrimas desbordaran sus flacas mejillas. Las paredes desprendían la irrealidad, la seguridad de un mundo de confianza, de promesa, de noches de sueños y mañanas sin hambre.

El bebé parecía descansar en su regazo, y Chete se había acurrucado a su lado con el dedo pulgar en la boca. Lo meció con suavidad, y comenzó a hablarle en su lenguaje inventado hasta que el niño se quedó dormido. Sólo entonces apoyó la cabeza en un saco, y dejó pasear la vista por cada uno de los azulejos que cubrían las paredes del andén. Los colores y la belleza de sus imágenes se le colaron entre los párpados como un bálsamo, justo antes de quedar profundamente dormida, mientras fuera los aviones se alejaban como cuervos hambrientos.

18 comentarios:

  1. Me gustaría agradecerle a Tamara el regalo de este magnífico relato.

    Y más, ahora que como ella misma dice, no está pasando por uno de sus mejores momentos de inspiración.

    Espero que disfrutéis con su historia, y si tenéis tiempo, os deis una vuelta por su blog.

    Saludos

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  2. Genial relato y las ganas que tengo de ir a visitar esta estación.

    Un abrazo

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  3. Pues nos ha trasladado a un Madrid que no queremos olvidar. Gracias a los dos, ha sido perfecto.

    Un abrazo,

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  4. Magnífico relato...Voy a visitar ese blog...Besos

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  5. Por razones que creo imaginas, me ha encantado especialmente el relato. Enhorabuena a la autora. Y a todos aquellos madrileños.

    Carpe Diem

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  6. ¡Hola Miguel!

    Una gran pérdida, pero tenemos su legado del que podemos disfrutar.

    ¡Las fotos excelentes! como nos tienes acostumbrados.

    Una cosita, el post de agradecimiento a Didac no estaba terminado, no sé porqué se ha publicado estando en modo "borrador", guardo tu comentario y hago un copia-pega mañana, que si nadie me lo impide deseo publicarlo.

    ¡Un fuerte abrazo!

    MIGUEL

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  7. Me ha traido muchos recuerdos esta entrada, sobre todo un cartel de Almacenes Rodriguez que hay en una de las paredes, ya que allí trabajó mi padre muchos años e incluso he ido de cria con él a recoger el aguinaldo del cestillo de Navidad. Efectivamente, metro Gran Vía. Sírvase usted de apearse ;-)

    También me ha traido recuerdos de las estaciones de metro que yo conocí siendo pequeña, cuando cada billete llevaba impreso el nombre de la estación donde lo sacabas y todo tu afán era coleccionarlos y buscar allí donde se echaban los billete usados,que eso lo he visto yo también.

    Magnífico y estremecedor relato. Lo malo es que tiene mucho de real. Enhorabuena a la autora

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  8. Preciosos recuerdos de la estación fantasma ya recuperada.

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  9. Me transporta a los años 70, de la mano de mi abuelito, que me hacía mirar en el metro entre Bilbao e Iglesia, para ver la estación...

    Hoy, cuando se pasa se ve mucho mejor que entonces, cuando era realmente una estación fantasma...

    Bonitas fotos

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  10. No sólo me ha entusiasmado el relato sino que ha despertado mis recuerdos. Mis primeros años, ya lejanos, transcrrieron en Chamberí donde nací y en mi niñez era la estación de metro que utilizábamos. Mi padre y mi familia siempre contaban que se utilizaba de refugio ante los bombardeos franquistas.

    Por ello, aparte de la calidad del relato y la maestría de las fotografías, me ha embargado la emoción de mis primeros siete años de vida.

    Gracias a ambos.

    Abrazos

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  11. Que ganas de ir a ver la estación...

    Bss.

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  12. Qué te voy a decir de Tamara, que es capaz de trasladar sensaciones con las letras y te hace meterte en sus historias. Es maestra de descripciones y que me encanta!
    Las fotos son geniales y desde aquí digo que quien pueda que vaya a ver esa estación porque merece la pena
    Y en cuanto a Benedetti... pues no puedo decir mucho más que lo ya dicho. Descanse en paz, nos quedaremos recordándole en sus letras
    Un abrazo

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  13. Hola Miguel, veo que sigues en tu línea en esta larga ausencia...Te he dejado un detalle en mi blog. Un beso

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  14. Me alegro de que os haya gustado tanto como a mí cuando lo leí. Es bueno de verdad.

    Por cierto Avellaneda sé que a ti tampoco se te da nada mal todo esto de escribir así que cuadno quieras ya sabes donde estoy.

    Saludos

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  15. No se me ha olvidado tu invitación a participar en tu blog Miguel ¡para nada! además que me hace ilusión. En cuantico lo tenga escrito te lo hago llegar!

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  16. Con las ganas que yo tenía de ver esta estación, me parece que con tus fotos me ahorro el tener que ir. Por cierto, dicen que tiene fantasmas.

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  17. ¡¡¡¡¡FANTASTICAS FOTOS!!!!!!! Ese Metro que se ve en tus fotos, me ha traido a la memoria muchas, muchas cosas. Besicos.

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  18. Mola el relato y mola la Estación, la combinación perfecta de palabras e imágenes.

    Viendo la cartelería antigua de la estación fantasma de Chamberí me doy cuenta cuanto hemos retrocedido en muchos aspectos de la señalización y en algunos de la publicidad.

    Se ha banalizado para perder savoir-faire...
    Enhorabuena, Ignacio

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