domingo, 11 de octubre de 2009

Una particular visión del día de la Fiesta Nacional

La entrada de hoy llega gracias a Conde Duque, autor del blog Los evangelios de la risa absoluta. Se trata de una historia titulada "El día del desfile coñazo" en la que Conde Duque nos da su particular visión sobre el día de la Hispanidad y todo lo que le rodea.

Amanece lloviendo. El cielo está oscuro. Me apetece caminar con paraguas y zapatos gruesos por el suelo mojado y pienso que estaría bien pasarse un rato por la Feria del Libro Antiguo de Recoletos, que este año ha llegado con retraso. Me gusta ir cuando llueve porque hay menos gente, el aire está más limpio y relucen más los colores de todas las cosas (algo que, cuando apartas la mirada de la letra impresa y giras la cabeza para descansar la vista, es muy de agradecer). Demoro un par de horas la salida, desayunando y curioseando por internet, y por fin me voy de casa.

Primer disgusto del día: el conductor del autobús dice que, a causa del desfile, sólo puede llegar hasta Velázquez. Coño, no me acordaba del desfile de las fuerzas armadas, pues sí que he elegido un buen día para pasarme por Recoletos: las casetas estarán cerradas o, en el mejor de los casos, rodeadas de una multitud asfixiante. Mejor ni intentarlo. Se me ocurre variar levemente el plan: puedo ir a Moyano, y así saciar un poco las ganas de manosear libros viejos.

Al bajar del autobús, cerca de la Puerta de Alcalá, veo la trastienda de la parada militar. Algunos grupos ya han terminado de desfilar y se dirigen a sus autobuses: camina un ejército de soldaditos de plomo, con sus espadas brillantes; detrás va un grupo de militares vestidos de caqui, con metralletas y pinta de golpistas; más atrás, varios militares extranjeros desperdigados, cada uno con la bandera de su país. Ante panorama tan pintoresco, me arrepiento de no haberme traído la cámara de fotos.

Por Alfonso XII desfilo al ritmo de los regulares de Ceuta y Melilla. Como por aquí ya no hay público (supongo que el desfile termina en Cibeles), pasan a un metro de distancia y camino a su lado. Me gusta el ruido de los tambores, como en Semana Santa. Me fijo y, para mi sorpresa, veo que no hay mucho moro. Creía que tenían que ser todos moros, pero la verdad es que no tengo mucha idea de estas cosas. Ha salido el sol y los soldados van sudando como cerdos. Me llama la atención un escuálido con ojeras, un bajito barrigudo y otro gigantón como un armario ropero, que lleva andares de patoso, con las rodillas hacia fuera. Llevan la barbilla alta y se les ve muy metidos en su papel, como meritorios de ballet pero sin tutú. Unos chicos de la Marina les hacen fotos.


En la acera de la izquierda, junto a las verjas del Retiro, han dispuesto un montón de cabinas-meaderos. En la otra acera hay una barra improvisada en la que regalan latas de refrescos. Supongo que serán para los soldados, que vienen acalorados y sedientos. Primero se tomarán una coca-cola y después la mearán enfrente, digo yo. Veo a una pareja de turistas guiris langostinos merodeando por la barra con cara de gorrones. Son franceses, creo. Su sonrisita de felicidad ante la perspectiva de una bebida gratis me pone malo. Qué tacaños rastreros… Me entran ganas de decirles algo, de darles una colleja, pero, en fin, paso. Sigo mi camino mientras ellos rapiñan unos botes de Nestea.

Pasan los de Montaña con sus uniformes blancos que brillan y los esquíes a la espalda. Son graciosos, parecen de juguete. Se cruzan por delante de mí dos legionarios canijos, de unos 50 años. Uno lleva barba pelirroja y el otro unas patillas gordísimas de cantaor flamenco que le cubren casi toda la jeta. Están perdidos y van buscando su autobús con la mirada. Parecen sacados de un chiste. En la calle Antonio Maura la Guardia Civil está subiendo sus caballos a los carromatos (o como se llame ese artefacto en el que transportan a los caballos).

Ya cerca de Moyano, una hilera de autobuses. Observo que hay una diferencia abismal entre unos autobuses y otros: los nuevos y relucientes son los de los oficiales; los viejos (algunos tartanas a punto de desmoronarse) para los soldados rasos. Un grupo del Ejército del Aire deposita sus municiones en un baúl blindado que tienen abierto junto al maletero del autobús. Algunos hablan con sus familiares, que se ríen, les abrazan y les dan besos (también llevan cámaras de fotos).

Hago la siguiente reflexión: vistos de lejos, en grupo, los soldados imponen y dan un poco de miedo. Son un número. Un número armado, potencialmente agresivo y peligroso. En eso consisten. En cambio, vistos de cerca, cara a cara, uno por uno, son gente que inspira simpatía o lástima, depende. Los hay que se ríen y bromean entre ellos a gritos, los hay que sudan abotargados, los hay que rebuscan en unas bolsas de plástico (en las que hay un bocadillo, una naranja y una chocolatina, o algún otro alimento triste), a algunos se les ve muy cansados y deprimidos ante la vuelta al cuartel, otros se nota que tienen buen humor y disfrutan de la fiesta. Se ve a personas presumiblemente de pocas luces, chavales sin recursos, oficiales serios y relamidos, paletos de pueblo, inmigrantes concienzudos, algún chulillo.

Llego a la Cuesta de Moyano, saludo a Baroja, que está de espaldas, y empiezo a curiosear por las mesas. El sol incomoda un poco la visión, pues da de cara, pero lo más molesto son las moscas que revolotean alrededor de los libros (y no me refiero a esos señores de posguerra mezquinos y carroñeros que acaparan la mesa del librero del guardapolvos azul y la voz aguardentosa: el viejo de los libros a 20 céntimos). Hacía tiempo que no veía moscas en Madrid, y parece que todas se han puesto de acuerdo para venir a Moyano. Son moscas enclenques y bisbiseantes, de vuelo atolondrado. Parecen medio muertas, curtidas a base de manotazos. Acabo comprando cuatro cosas absurdas de temas dispares sin demasiado interés. Lo único que tienen en común es el precio (muy barato). Un Simmel, un Habermas, una guía de Palma de Mallorca escrita por Valentí Puig y el Ragtime de Doctorow. Enseguida me arrepiento, no por el desembolso (entre 1 y 2 euros cada uno) sino por el espacio que van a ocupar en casa. Ya se sabe que donde entran unos no entran otros. Y éstos -me temo- no se lo merecían.

De vuelta por el Paseo del Prado tengo un extraño pensamiento: creo que nunca me habían apuntado tantas metralletas como hoy.

Me doy prisa en coger el autobús de vuelta, que hoy toca cocido en casa de los suegros.

8 comentarios:

  1. En la Fiesta Nacional
    yo me quedo en la cama igual,
    Pues la música militar
    nunca me hizo levantar.

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  2. Estupendo relato...yo es que celebro más el dia del Pilar que la fiesta militar....Besos Miguel

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  3. me encantó el relato...
    a mí me gusta el desfile, mucho. no sé porque porque soy de lo más antimilitar, pero bueno

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  4. Muy apropiada la publicación... divertido y fresco. Me gusta.

    Carpe Diem

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  5. Después de intentar conocerte a través d las entradas en tu espacio,nos atrevemos a pedirte tu autorización para poner un enlace proxímamente a tu entrada(1) sobre el cementerio de La Almudena en nuestro espacio"Imatges de pedra i silenci".Gracias por compartir tus sentimientos e inquietudes con los démás

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  6. Stultifer y Loquillo, buena combinación.

    Winnie0 yo realmente no celebro ni una ni otra. El Pilar porque no me viene a mano y la Fiesta Militar nunca me ha dado por ir aunque reconozco que hay muchos años que la veo por la tele.

    Didac yo tampoco soy muy militarista pero como ya he dicho más de un año me lo he tragado casi entero. Este año por ejemplo nohe visto nada.

    Gracias Cosechadel66, la verdad es que Conde Duque tiene buenos textos donde elegir.

    Esther i Toni como siempre digo tenéis mi total autorización para publicar lo que queráis de este blog. Simplemente con poner de donde lo habéis sacado me doy por satisfecho. Por cierto tenéis una etiqueta de cementerios por si queréis tomar alguna más.

    Saludos a todos y gracias por vuestros comentarios. Y sobre todo gracias a Conde Duque por su colaboración.

    Nos vemos por Madrid

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  7. Qué bonito Madrid! Grandes amigos tengo por allí

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  8. Me parece buenísima la foto de la bandera detrás de Colón, sin verse el mástil...

    Bravo.

    Y muy buena selección.

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