viernes, 6 de agosto de 2010

La leyenda del cazador

Esta historia está escrita por Ángel del Río, cronista de la Villa y fue publicada en la edición digital del periódico Ya.

Cuenta una vieja leyenda, de esas que adornan la historia imaginativa de Madrid, que en tiempos remotos, una partida de cazadores salió a los entonces abundantes y frondosos bosques madrileños situados a extramuros de la Villa, con el ánimo de llevar a cabo una cacería de osos, de la que no obtendría carne para alimentarse, pero sí pieles para comerciar con los vecinos y rivales segovianos.

En uno de los parajes más recónditos, dos de la cazadores se dieron de bruces con una covachuela a cuya entrada andaba confiado un enorme y precioso ejemplar de oso. Los hombres se miraron y con un gesto de complicidad dispararon al unísono sus escopetas, abatiendo al plantígrado, que rodó por los suelos herido de muerte.

Mientras desollaban al animal, escucharon un doloroso rugido que procedía del interior de la cueva, donde hallaron a la osa envuelta en un desconsolado llanto, mientras cuidaba de dos pequeños oseznos. Los cazadores quedaron impactados por la escena, decidieron cuidar a la osa y para resarcirla del año que le habían producido, le otorgaron el privilegio de incorporarla al escudo de Madrid. De ahí que se diga, por esta leyenda y por otros argumentos más eruditos, que el animal que figura junto al madroño es una osa y no un oso.

La leyenda podría repetirse en estos tiempos, donde una partida de cazadores sale de montería; dos de ellos se separan del grupo para una caza más selectiva, se adentran en el bosque, que en la antigüedad pudieron ser los terrenos donde hoy se haya la plaza de Colón y la calle de Génova.

Ven sobrevolar el cielo una bandada de pájaros. A falta de presas mayores en su punto de mira, deciden disparar contra la bandada de aves, y abaten a una de ellas. Y se llevan la gran sorpresa cuando comprueban que se trata de una gaviota, un ave marina en pleno secano mesetario. Uno de los cazadores, sediento de caza mayor, justifica su frustración: “Ave que vuela, a la cazuela”. Y dan por finalizada la montería que se queda en caza menor, después de meterle plomo en las alas a la sorprendida gaviota.

Moraleja: si tiras como un idiota, en vez de cazar un oso, cazas una gaviota.

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