Primer Premio.- Autor: Clara Isabel Martínez Cantón
Situada entre Gran Vía y la calle del Carmen, se encuentra la llamada calle de la Salud. Para conocer el origen de este sano nombre hay que remontarse hasta la época de los Reyes Católicos cuando la peste bubónica hizo que los pobladores de Madrid cayeran como chinches. Según se cuenta únicamente aquellos que vivían en las inmediaciones de esta calle fueron los que salieron ilesos de esa epidemia y el motivo hay que buscarlo en su alimentación. Parece ser que ésta consistía en verduras cultivadas por ellos mismos y carne obtenida a partir de los animales que allí se criaban. Una vez remitió la peste, se empezó a llamar a esta zona el barrio de la Salud y con el tiempo una de esas calles alcanzó tal nombre.
Tras un frenético transbordo Renfe-Metro he entrado de nuevo en su juego. Si al llegar las vacaciones necesito unos días para olvidarme de las prisas, al volver no hace falta adaptación. Transitar un día por sus calles sobra para familiarizarte con cláxones, atascos, empujones, colas,…
Sigue la moda en Madrid de remodelar plazas, plazuelas y plazoletas para quitarles todos los árboles y jardines y dejarlas casi peladas. Para muestra os dejo con estas fotos tomadas en la Plaza de Isabel II hace unos meses en las que podréis ver su nuevo aspecto.
El 8 de diciembre de 2005 se inauguraba a la altura del número 36 del Paseo de la Castellana una nueva estatua en honor a Juan Pablo II. Esculpida en bronce por Juan de Ávalos, a iniciativa del Grupo Intereconomía y la Mutua Madrileña, la estatua se sitúa muy cerca del lugar en el que Juan Pablo II se reunió el 3 de mayo de 2002 con miles de personas para canonizar a cinco beatos españoles.
El conjunto con una altura de siete metros, representa a Juan Pablo II caminando con ayuda de un bastón hacia la Virgen María. Juan Pablo II lleva un crucifijo, mientras que la Virgen, situada sobre una columna que representa a la Iglesia, porta una paloma que es el Espíritu Santo. En esa columna aparecen unas palabras con las que Juan Pablo II se despidió de los españoles en su último viaje a nuestro país: “Hasta siempre España, hasta siempre Tierra de María”.
Después de cinco años de obras, el pasado mes de mayo volvió a abrir sus puertas el Mercado de San Antón. Situado en Chueca, es éste otro ejemplo de esos mercados de toda la vida que cierran sus puertas para dar paso a un mercado en el que lo de menos es que los vecinos hagan su compra diaria, sino que se busca un estilo de nuevo en el que las delicatessens y los precios nada económicos se hacen los dueños (ver Mercado de San Miguel)
El mercado se divide en tres alturas, tiene 7.500 metros cuadrados y 26 puestos, entre ellos un restaurante en la terraza que te permite disfrutar de unas agradables vistas del cielo madrileño. Según algunos de los vecinos el mercado no ha pensado para nada en ellos sino que está orientado únicamente a los turistas.
Yo estuve hace unos días y como iba con bastante prisa no me dio tiempo a hacer fotos en condiciones así que os dejo con el vídeo que tienen colgado en su página web para que os podáis hacer una idea de lo que hablo.
El Patronato de Turismo de la capital ha organizado una serie de visitas gratuitas a pie y en bicicleta para recorrer los barrios de la Paloma, el Rastro y Lavapiés, en los que se celebran las tres verbenas más populares de la ciudad.
Parece ser que la leche merengada y un sorbete de arroz con leche eran dos de sus especialidades y fue éste último el que dio orgien al apodo ya que durante un tiempo era el remedio ideal si querías pasar un par de kilos de forma rápida. Era tomarlo y padecer colitis casi al instante.
Este café fue inmortalizado por Gutiérrez Solana recordando las famosas tertulias de Gómez de la Serna, celebradas todos los sábados desde 1915 hasta 1937. Al acabar la guerra su clientela pasó a estar formada por prostitutas del cercano Café Zaragoza, al que los más ingeniosos le llamaban el Café de la Sífilis. En el año 1942, visto lo visto, el café cerró sus puertas para siempre.
A lo largo de los años hubo muchos intentos por arrebatar Madrid a los árabes, pero éstos disponían de una gran fortaleza defensiva difícil de atacar. En mayo de 1085 las tropas de Alfonso VI decidieron hacer una nueva intentona y así, cuando se encontraban a las puertas de la fortaleza, uno de los soldados se separó del resto y, ayudándose de una daga, que iba clavando en las junturas de las piedras, consiguió entrar en la fortaleza y abrir las puertas para que entrara el resto de la tropa. Este personaje subió tan ágilmente que todos dijeron que parecía un gato. De ahí en adelante, y en memoria de esta hazaña, se acordó darle el apellido de Gato que fue pasando a sus descendientes. Desde entonces a todos los nacidos en Madrid se les llaman “gatos” (ver DRAE)
Hay quien da aún más detalles y cuenta que los ejércitos castellanos habían quedado en acampara a las puertas de Madrid con intención de comenzar el asedio. A la cita llegaron todos menos las tropas segovianas que llegaron más tarde de lo estipulado. Cuando éstos preguntaron cuál era el sitio reservado para ellos en el campamento les dijeron que allí ya no tenían cabida y debían irse a otro lado para hacer noche. Despechados, los segovianos decidieron no esperar a nadie y acudir por su cuenta a tomar Madrid. Al llegar a las murallas, unos cuantos escalaron las murallas y tomaron la plaza. Cuando al día siguiente llegó Alfonso VI con el resto de los ejércitos, preguntó a los segovianos dónde habian acampado finalmente y éstos le dijeron que en en Madrid.
Por último el escritor Luis Antonio de Villena cuenta en su libro Madrid, que una criada de la casa le decía cuando él era niño: “se llaman gatos a los que han nacido en Madrid, como tú, porque son todos rabiscos, de mal carácter, y hacen “fu” a la primera de cambio, lo mismo que los gatos, que bufan y sacan uñas"
