lunes, 7 de febrero de 2011

Sin rastro

Para empezar la semana os dejo con este artículo, de Moncho Alpuente, publicado el pasado día 2 en El País. En él podréis ver su particular versión de El Rastro.

Ponerle puertas al campo (Campillo del Mundo Nuevo) y diques a la Ribera de Curtidores para canalizar la corriente, siempre tumultuosa y caótica, del Rastro madrileño ha sido, y parece que sigue siendo, el sueño de los ordenancistas munícipes de la capital. Madrid desemboca en el Rastro; desde su pedestal el héroe de la batalla de Cascorro dirige el tráfico municipal y peatonal. Eloy Gonzalo, héroe y mártir inclusero, inventor del cóctel Molotov y patriótico suicida, fue rápidamente adoptado por el pueblo madrileño que vio en él a uno de los suyos, soldadito de a pie, miembro de la sufrida, desnutrida y mal pertrechada tropa de infantería, carne de cañón de las guerras coloniales que se perdió en Cuba defendiendo las lejanas fronteras de un Imperio decrépito y corrupto.

En su entorno bulle los domingos un enjambre de afanosos clientes, avispados comerciantes y vendedores de ocasión que rematan los restos de sus respectivos naufragios. Hace tiempo que no frecuento este mercadillo castizo y cosmopolita regido por las leyes no escritas de la compraventa transformadas en arte menor, arte del birlibirloque, retórica del regateo y oratoria de charlatán, feria popular y Patio de Monipodio, aliviadero de turistas incautos y ruta de los buscadores de míticos tesoros en pos de la leyenda urbana que tejió una urdimbre de fantásticas adquisiciones, un Goya por cuatro duros o una exquisita pieza de cerámica a precio de ganga por estar algo desportillada. Hace tiempo que no le tomo el pulso a este zoco inmutable y al mismo tiempo en continua transformación que recoge y exhibe las mutaciones que va sufriendo la urbe.


Los puristas del imposible casticismo madrileño llevan muchas décadas predicando que el Rastro ya no es lo que era, que se ha transformado en un mercadillo de ropa y artículos de primera mano y ha perdido su carisma marginal y peculiarísimo. Ya lo decían cuando, a finales de los años sesenta del pasado siglo, hippies greñudos, vendedores de incienso y otras hierbas extendieron junto a la Ribera sus tenderetes de artesanía y cuando a mediados de los setenta confluyeron allí los abigarrados punkis y otras tribus del underground con sus fanzines precursores de todas las movidas: el Carajllo Vacilón, Alucinio, Mandrágora, Bazofia o Katakumba. Ceesepe y García Álix se acodaban en la barra de La Bobia, birra en mano y por allí irían pasando en años posteriores los más conspicuos talentos de la posmodernidad rampante, de la Movida primigenia.


En estos tiempos críticos el Rastro tiene que recuperar su papel como mercado de reciclaje imprescindible, el Rastro resucita en los momentos difíciles, vía de escape, última salida, último recurso de los sin recursos, heteróclito bazar de oportunidades y saldos. El tumultuario Rastro madrileño siempre tuvo un tratamiento especial, un reglamento no escrito, el Ayuntamiento no arrendaba los espacios y los guardias de la porra se cobraban en multas cada domingo el precio del quimérico alquiler. Una vez abonada la multa correspondiente, el vendedor seguía con su puesto, había pagado su tributo semanal y los policías hacían la vista gorda que es lo suyo. La siguen haciendo hoy cuando por enésima vez, el Ayuntamiento y la Comunidad abordan un nuevo plan de ordenamiento, en esta ocasión para ajustarse a las recomendaciones europeas. "El Rastro en un limbo legal" titula su reportaje en estas páginas, María Porcel Estepa que da cuenta de las vicisitudes e inquietudes de sus comerciantes, el limbo está más cerca para ellos del infierno que del cielo porque para los burócratas europeos no existen excepciones límbicas ni peculiaridades históricas.


Las recomendaciones de la UE prestan una buena coartada para los inconfesados y latentes sueños de privatización que figuran en el horizonte de los responsables del Ayuntamiento y de la Comunidad. Los antiguos mercados de abastos, van siendo sustituidos, usurpados, por centros comerciales y franquicias, desplazando de la plaza a los pequeños comerciantes autónomos para imponer las rígidas pautas de las grandes superficies. La insaciable voracidad de los peces gordos acabará con los peces chicos y en los caladeros del Rastro se fragua la revuelta, todas las asociaciones de comerciantes de la zona se opondrían frontalmente a la privatización, avisa su portavoz. Perseverantemente enfermo el Rastro se resiste a una muerte pregonada.

10 comentarios:

  1. Yo personalmente espero que el Rastro no muera..porque es un CLASICO de nuestro MAdrid. Un beso Miguel y buen lunes

    ResponderEliminar
  2. Nunca le pillé gusto a El Rastro, pero creo que Madrid no sería el mismo sin él.

    ¡Feliz lunes!

    Miguel

    ResponderEliminar
  3. Winnie0, anapedraza, yo creo que es algo que ya forma parte de Madrid. Para muchos un domingo sin Rastro no es un domingo. Espero que dure para siempre.

    Gracias por vuestros comentarios.

    Saludos

    ResponderEliminar
  4. Todo un corazoncito del madrid, mi madrid; lo añoro pues hace mese que no voy sobre todo esa plaza de ocmic y libros y cromos...y musica y demas.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  5. Prometeo yo últimamente tampoco lo frecuento mucho pero siempre que acabo por allí sigo disfrutando de todos los contrastes que ofrece.

    Saludos

    ResponderEliminar
  6. Yo no veo que el Rastro esté enfermo ni muchísimo menos. Está mas que vivo.
    Obviamente hay que evitar toda la pasarela tardohippie de la Rivera de curtidores, si es que eso no te interesa, pero siguen los anticuarios, continuamente renovándose, las tiendas de viejo, libros, comics, revistas, ropas, fotografía, herramientas, muebles y los cientos de puestos en la acera con su parafernalia que es donde realmente puedes encontrar una joya oculta (el domingo pasado conseguí unas originalísimas láminas con trabajos de papiroflexia de los años 20).
    Es uno de los mejores mercados de este tipo del mundo. Es un símbolo de Madrid. Y funciona. Se llena cada domingo aunque caigan chuzos de punta y anima el barrio y sus comercios de hostelería.
    Con el Rastro no podrán

    ResponderEliminar
  7. Uno a mí no me molesta lo de "la pasarlea tardohipiie", me limité a transcribir el artículo. Es más, a mí todo aquel que se intente ganar el pan con su trabajo, honrado, me parece perfecto. Ojalá como dices tú el Rastro no muere nunca. Yo creo que no morirá, está demasiado arraigado en la sociedad madruiileña como para que puedan cargárselo de un plumazo.

    Saludos

    ResponderEliminar
  8. adoro el rastro! sobretodo la calle de los pájaros: me parece una locura guapissima!

    ResponderEliminar
  9. Curiosamente, el pasado domingo fuimos al Rastro con cámaras fotográficas en mano para preparar el material para una entrada en nuestro blog, que esperamos publicar próximamente.

    Hacia tiempo que no iba, y quizá, con el ojo a modo de objetivo nos fijamos de una forma "diferente" en cada detalle...

    Esperamos que no desaparezca, es uno de nuestros iconos, no? Pero también es cierto que mi opinión se tornó un poco turbia, encontré unas mezclas (que eso siempre ha sido una de sus fortalezas) y algunas zonas con puestos que me transmitieron más tristeza y miseria que originalidad o curiosidad. Eran más como retales de superviviencia. COmo el que rebusca en cualquier lugar para intentar sacar lo que pueda con cosas que para mi eran "invendibles"...

    Aun asi, Madrid sin el Rastro???...

    No encaja... no encaja... jejeje

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  10. Chechi es lo bueno que tiene, que inlcuso hay zonas específcias en las que puedes encontrar sólo aquello que buscas.

    Entre dos yo he ido dos o tres veces con la idea de hacer fotos y la verdad es que te puedes hinchar a sacar instantes interesantes. Sobre lo de determinados puestos también los he visto, y aunque desvirtúa un poco lo que es el Rastro, también hay que tener en cuenta que son la minoría, y que lo harán por imepriosa necesidad.

    Saludos para los dos.

    ResponderEliminar

DIME QUE PIENSAS