lunes, 25 de noviembre de 2013

Los abrazos del poeta


Cuando las vecinas le preguntaban qué había ocurrido con sus brazos contaba que se los entregó en África a un león, ansioso por devorarle, para poder escapar. En el bar de la esquina decía habérselos dado al mequetrefe que plagiaba sus obras, para que así pudiera firmarlas con sus propias manos. En las tertulias del café teatralizaba todo aún más y a diario inventaba historias nuevas. Nadie sabía qué le había pasado, ni tan siquiera él quería recordarlo. Al acabar el día, cuando llegaba al cuarto de su pensión, lloraba desconsolado por no poder abrazar más a su amada.

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