miércoles, 15 de agosto de 2012

El orador



Al comenzar sus charlas un silencio expectante se impone a su alrededor, pero unos segundos después aparecen las primeras sonrisas burlonas. Quizás no le ayude mucho ese traje raído, que le queda dos tallas grande, ni sus barbas a lo Valle-Inclán. Cuando termina su perorata ya nadie aplaude ni le aguardan para que les amplíe detalles sobre lo contado. Se esfumaron aquellos años en los que sus alumnos se peleaban por estar en primera fila para escucharle. Hoy tumbado en un banco de la plaza, apura un cartón de vino esperando a que la inspiración le asalte de nuevo.


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