Aquel cuerpo fofo y velludo, que me perseguía con lascivia, era el mismo que entraba en éxtasis cuando se arrodillaba para rezar. Sus dedos huesudos que fotografiaban mi cuerpo desnudo, aún por madurar, eran los mismos que hojeaban las páginas amarillentas de la Biblia. Aquellas manos sudorosas que cada noche recorrían cada centímetro de mi piel aterrada, eran las mismas que después me ofrecían la hostia para limpiar mis culpas. Mi cuerpo, mis dedos, mis manos, que antes pedían perdón por sentirse sucios, aunque eran inocentes, hoy rebosan alegría al verlo tirado como un perro, porque se saben culpables.
P.D. La foto está tomada por la zona de Embajadores.
Excelente!!!! Un abrazo
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