
Cae la noche. La noche. Y todas las cabinas telefónicas de la plaza de Lavapiés se comienzan a ocupar.
El viejo cantante de boleros que ahora vende cocaína por los bares.
El mafioso marroquí que se casó con una española y por amor se transmutó en guardia de seguridad.
La coreana que hace un rato te vendió una cerveza en el Deli.
El punki cuarentón que se sigue soñando Peter Pan.
El poli que ha estado toda la tarde patrullando por la plaza para evitar disturbios.
La estudiante de Bellas Artes a quien aterra tener que regresar a Alemania.
El escritor de guiones que acaba de tomarse una caña en el Pakesteis después de gastarse una fortuna en el pipsou de la calle Atocha.
La mujer que espía a las parejas desde su balcón y se imagina que ella es la chica a quien hacen el amor.
Cada uno en un teléfono, en una cabina, de la plaza de Lavapiés. Cuando cae la noche. La noche. Y si se pudiera apagar el ruido de los motores, el murmullo de los televisores y las plegarias de los que rezan, podría escucharse, saliendo de sus bocas pegadas al auricular, y en muy diferentes idiomas: ruso, español, chino, árabe, alemán, serere, una palabra repetida más que ninguna otra: Mamá.
El viejo cantante de boleros que ahora vende cocaína por los bares.
El mafioso marroquí que se casó con una española y por amor se transmutó en guardia de seguridad.
La coreana que hace un rato te vendió una cerveza en el Deli.
El punki cuarentón que se sigue soñando Peter Pan.
El poli que ha estado toda la tarde patrullando por la plaza para evitar disturbios.
La estudiante de Bellas Artes a quien aterra tener que regresar a Alemania.
El escritor de guiones que acaba de tomarse una caña en el Pakesteis después de gastarse una fortuna en el pipsou de la calle Atocha.
La mujer que espía a las parejas desde su balcón y se imagina que ella es la chica a quien hacen el amor.
Cada uno en un teléfono, en una cabina, de la plaza de Lavapiés. Cuando cae la noche. La noche. Y si se pudiera apagar el ruido de los motores, el murmullo de los televisores y las plegarias de los que rezan, podría escucharse, saliendo de sus bocas pegadas al auricular, y en muy diferentes idiomas: ruso, español, chino, árabe, alemán, serere, una palabra repetida más que ninguna otra: Mamá.
Qué relato tan triste y bonito a la vez. A todos les une sin duda algo o mejor dicho alguien...la madre que les trajo al mundo.
ResponderEliminarMe ha encantado. Besos Miguel y buen día
Es triste, y muy real, no me gusta el Lavapiés que hay ahora.
ResponderEliminar¡Un abrazo Miguel!
Buen micro. Me gusta sobre todo el cierre. Te deja un regusto de nostalgia y soledad, que es el que deben sentir todos ellos.
ResponderEliminarSe me ponen los pelos de punta con ese relato, yo que soy madre muchas veces pienso cuando veo imágenes como estas que podría ser mi hijo, me entristece enormemente.
ResponderEliminarUn beso, Miguel.
Ya he descubierto cómo dejarte un comentario.
ResponderEliminarQuería decirte que tu post me ha encantado porque encierra tanta belleza y tristeza al mismo tiempo... Gracias por compartirlo!
Tristeza, nostalgia, belleza, soledad, muchos adjetivos despierta esta entrada y creo que todos son adecuados para él.
ResponderEliminarRealmente descubrí el relato casi de casualidad hace muy pocos días. Se encuentra en un libro de microrrelatos dedicado a Lavapiés. Ya colgaré alguno más en otra ocasión.
Por cierto Beaburgos lo de los comentarios lleva unas semanas desaparecido. No sé lo que hice.
Saludos