miércoles, 29 de abril de 2009

¡Ay qué bonito es Madrid!

El relato que aparece hoy nos llega de la mano de Carlota, autora del blog Diario de una perdedora. La primera parte del relato está en verso para poder hilar después las estrofas de una canción de Sara Montiel que ella ha adaptado a su manera. Según ella misma me indicó lo ideal es escuchar primero el vídeo y después leer la versión que ella ha preparado. En la segunda parte desgrana de forma pormenorizada todo lo que fue, y ahora es, nuestra ciudad.

Más que a modo de Lope o de soneto,
Un escrito, Miguel, me solicita.
Y me dice, por no perder la cita,
que acierte a componerlo yo, sin prisa.

De su Madrid, del mío, de otros tales…
tiene cariz esta sección bloguera, y
me apresuro, por tanto, a darle rumbo
para estampar la urbe a mi manera.

Sin mucho cavilar, viene a mi mente,
un viejo cantable de Sarita;
el mismo que Solano embelleciera,
al tiempo que Montoro componía.

Ay, qué bonito es Madrid, muy de puntillas,
acierto a caminar yo por su letra,
mientras recorro exactos escenarios
que antaño describiera la manchega.

Y un gélido vapor llega a mi nuca.
Me enfada, me incomoda y me trabuca…
¡y, me sube la leche aún sin cocerla!
¿Qué ha sido del Madrid que otrora era?

Adapto así a sus notas, ¡Oh! Perdón,
en franco sacrilegio hacia su dueño,
la novedad malsana que hoy encierran
arterias mencionadas como sello.

La faz que esta ciudad ya no presenta;
la gracia y sal que apuntan sus estrofas,
se ha convertido en zoco y tienda china;
sin rastro de kermesse ni de manolas.

Tal como apunta originaria letra,
y, a fin que estas palabras hallen rima;
si el afecto lector, así lo estima,
habrá de poner ritmo y sintonía…



“¡Qué bonita es la estatua de la Cibeles!...
por la salvaje hinchada, la mano pierde.

¡Qué bonita es la Plaza de la Montera!
con sus señoras putas y proxenetas.

¡Qué bonita es la Plaza de Antón Martín!
donde cuarenta moros venden, a diario, un mal hachís.

Ay, qué Madrid tan cutre…
¡Cosa igual yo no vi!
Ay, que Madrid tan nefando,
ay, qué amargura…
lo que fue de mi Madrid.

Es el café del Brillante donde tienes que bregar
con una piara de “letos” que han parado a merendar.

¡Qué bonita es la Plaza de la Armería!
a pelo, a pie de acera, …muchos mendigan.

¡Qué bonita es la Calle del Arenal!
donde, ”toas” las semanas, una reyerta “pues” contemplar.

Ay, que Madrid tan sucio…
¡Cosa igual yo no vi!
Ay, que Madrid tan obsceno
ay, qué vergüenza…
lo que fue de mi Madrid”.

Sirva este canto de sirena, escrito sobre la nada, para albergar memoria de un Madrid por siempre extinto. Lléguenos, al menos en ecos de recuerdo, la maestría con que, un día, supieron retratar a este paraje los Retana, Cadenas, Velasco Zazo, Carréres y Beldas. Todos los Zozaya y los Neville serían necesarios para invocar el sórdido decadentismo de sus enclaves, vividos y descritos como nadie por el singular Hoyos y Vinent, hasta acercarse a la Vanguardia – en el tiempo que en que aún existieran tales corrientes – del añorado Jardiel Poncela. Cuentan los lienzos de Gutiérrez Solana que, la mascarada carnavalesca de Gómez de la serna, marchó de la mano de los castizos cafés cantantes, en cuyo interior se disfrutara, a la par, en la madrugada, de espectáculo y fritanga de gallinejas acompañada de chatos de vino peleón. Volvamos, por un momento al Romea, al Parisiana o al Actualidades, al Trianón Palace y al Salón Japonés, convertidos hoy en sucursal de entidad bancaria o en moderna franquicia y, que una vez sirvieran de escenario de aposento a las pícaras artes del género ínfimo; tupis y tabernas de barrio: extraviados lugares de confluencia de talentos impensables en nuestra contemporánea andadura.

Echemos una mirada atrás, para evocar también algunos locales nocturnos de gran encanto que, hasta no hace demasiadas décadas, poseyera este reducto céntrico; donde, hasta los no especialmente favorecidos, podían marcarse unas piezas y tomar un copazo sin miedo a sufrir demasiados “fortuitos accidentes”. Situémonos entonces frente a las puertas de El elefante blanco o a las del Club 23. Disfrutemos de un viaje retrospectivo para rememorar actuaciones musicales de primera magnitud, ofrecidas en Micheleta o en el desaparecido Embarcadero de Arganzuela; vayamos a las primeras fiestas hawaianas de Balli Hai y hasta el interior del Molino Rojo de Lavapiés. A pocos tiros de piedra de este último lugar, “en el dos”, como antes solía recorrerse Madrid, podía uno acercarse al Café de Gijón de otras épocas. Quedarse allí, a ver pasar las horas, en espera de la noche, para perderse después dentro del verdadero Chicote, o cobijarse al abrigo de las reuniones faranduleras de Bocaccio.

¿Cómo olvidar el evocador aroma a ozono pino de los antiguos cines de barrio bajo?... El San Cayetano, el Lavapiés, el Ave María, el Olimpia, el Candilejas o el Montecarlo, entre otros muchos; hogaño trocadas sus salas en negocios de dudoso pelaje. Permítaseme un guiño especial para el Cine Odeón, de la Calle de la Encomienda, único lugar en que algunos llegáramos a presenciar a un aforo vituperante, colérico y exaltado, en contra del colono yanqui y a favor del indio norteamericano; todo ello en plena proyección de un programa doble de tarde. Vítores - cómo no - para el abandonado Frontón Madrid, de Doctor Cortezo: instalaciones deportivas de trastienda en que se amañaba el grueso del cotarro pugilístico en España. En pleno centro de la capital, más concretamente en el espacio conocido como Las Américas, quedó varado también algún que otro de mis infantiles recuerdos. Precisamente en el malogrado Campo del Gas, donde asistíamos en verano para presenciar el divertido tongo de la lucha libre.

Tan colorida y estrambótica como la indumentaria de los luchadores, pero bastante más espectacular, eran los cuadros musicales de Revista que daban, por aquel entonces, sus últimos coletazos…Entrañable evocación para un género de gran complejidad interpretativa, y decididamente poco valorado, cuyo origen viniera a fraguarse, como tantas otras propuestas, en la ciudad de Madrid. Heredero de la opereta de Guillermo Perrín y Miguel de Palacios, con efluvio de zarzuelas madrileñas de Barbieri, Chueca o Chapí, y apoyado en las partituras de Moreno Torroba o de los maestros Paradas, Jiménez, Cabrera y Jacinto Guerrero, entre otros artífices de este juguete musical. Cuentan nuestros mayores que el panorama de risotadas y jarana de platea estaba asegurado por el jefe de la crack. Ya en el escenario, vedette, vicetiples, y coristas cuidaban de marcar hechuras en aderezo al consabido ademán procaz. La intencionalidad del libreto y la escasez de ropa de las artistas acababa por poner rúbrica de éxito, encargándose de dejar arrobado al personal.

Desde esos mismos escenarios e hijas, a su vez, de nuestros barrios de mayor enjundia partirían figuras de talento escénico similar al de Esperanza Roy o Lina Morgan, fieles sucesoras de Raquel Daina, Blanquita Suárez, Mary Campos, Maruja Tomás, Blanquita Pozas o Queta Claver; quienes, en su día, hicieran valer para este género las mejores recaudaciones de taquilla en el Madrid de la postguerra. Con ellas en la distancia, cual si se tratase de una letra de bolero y, de la mano de un buen ramillete de cómicos, decido abstraerme de todo aquello de hoy quisiera no haber tenido que presenciar en este Madrid que, en otro tiempo creí sentir como propio y, que últimamente viene antojándoseme, de todo punto, desconocido.

Ojeo, para mi consuelo, antiguas publicaciones, referencias y recortes de los primeros estrenos de Loreto Prado y Enrique Chicote, de Valeriano León y Aurora Redondo; descubro a través de las antiguas filmaciones de la polifacética Susana Canales a todo un elenco de personajes alusivos al carácter de la capital, fielmente representados por cómicos de carácter: Pepe Isbert, Manolo Morán, José Orjas, Luis Bori, Rafael Castejón, Antonio Riquelme, Rafael Somoza o Tony Leblanc son sólo algunos de quienes se cuentan entre mis favoritos. Ojiplática me quedo – que diría un cursi – reconociendo expresiones familiares en boca de la magnífica Julia Lajos, de Conchita Montes, Mercedes Vecino, Marisol Ayuso o Mary Begoña; sobre todo, ante el inigualable gracejo de la genial Julia Caba Alba a la hora de interpretar diferentes patrones de madrileña, arquetipos traídos a la realidad, más allá de la ficción, que un día tuve ocasión de conocer y de frecuentar.

Anteriores a la difusión del antiguo régimen, periodo en que también se filmara mucho en esta ciudad, pese al mantenido tufo propagandístico de un nivel de vida ficticio; si bien nos legaran las artes cinematográficas un impagable documento gráfico, cuyo testimonio histórico queda patente en algunas cintas de evidente calado:”Historias de Madrid”,”Manolo, guardia urbano”,”La chica del barrio”,”Cielo negro”, “Mi tío Jacinto”, “Así es Madrid”, “Cerca de la ciudad” o “Segundo López, aventurero urbano”.Todas ellas, junto con la obra maestra, “Surcos”, otorgan vestigio certero del devenir de estos paisajes castizos y del olvidado costumbrismo de sus gentes.

En su mayoría, filmaciones de bajo presupuesto, rodadas sin más pretensión que la de entretener, - o eso es lo que ha venido a trascender – y, que nos hablan de una ciudad dura, pero quizá no tan insolidaria y conflictiva como la que hoy se muestra ante nuestros ojos. En ese mismo latido y, especialmente bajo el compendio: Madrid, Guerra Civil y Teatro, el cine de este país ha reflejado, una y otra vez, a ese nutrido telón de fondo; pero, en ningún caso tan acertadamente descrito como a través de los entresijos de Pim,pam,pum…Fuego!. Desde el periodo en que fuese filmada y, hasta nuestros días, fueron y son muchos los cineastas que continúan manteniendo un tórrido romance con esta ciudad, al contemplar desde el objetivo de su cámara a un Madrid convertido en protagonista autónomo de tantas y tan diferentes historias.

Así, de nuevo o, una vez más, todavía es posible sumergirse por sus calles más emblemáticas, pasear por la nocturna y desierta Gran Vía, por el iluminado Paseo del Prado, por Recoletos y por el Atocha de otros días, el del desaparecido scalextric; de la mano de Alfredo Landa en “El Crack”, o en compañía de Fernán Gómez, Manuel Alexandre o Gómez Bur en muchas de sus aventuras urbanitas. Sólo a ellos aún es posible atribuir la facultad de poder transportarnos a una realidad enlatada que nos acerca, por pocos minutos, a esa particular idiosincrasia del auténtico madrileño; desde el “Madrid tiene seis letras” del riojano Pepe Blanco hasta los “Cuadros disolventes” de doña Nati Mistral, que una vez pasara años esperándonos en Eslava: habitual escenario del insigne Luis Escobar…¡Quién viera su semblante, en estos días, si hubiera de contemplar el vergonzante panorama de nuestras aceras y espectáculos de toda lid!...

Y,¿Qué decir del Price, cuando era el Price? Cuna de artistas de variado género, aniquilado tesorero de secretos de todo aquel que pisara los mejores escenarios de la época, en momentos en que se aún se actuaba a pecho descubierto, sin trampa ni cartón. Y ,¿del Manolita Chen? Albergue de artistas de medio pelo para regocijo del pueblo llano – apuntaría un clasista -, junto con las corridas Nocturnas, cuya improvisada plaza de toros venía a situarse en lo que hoy conocemos como Glorieta de Embajadores:”El Potillo”, para los que siempre lo hemos llamado así; en otra época espacio de exhibición de “monstruos humanos”, bajo la carpa improvisada de numerosos circos ambulantes.

En este limbo escogido desde mi nostalgia, cada vez más estéril y desterrada de un Madrid que no reconozco; transitado y gestionado por foráneos para recreo y servidumbre de intereses partidistas y, que aún ha de soportar continuados vilipendios; me aventuro – asístame, al menos, el derecho al pataleo – a transitar por los escasos lugares que en algún momento puedan proporcionar alivio en este nadar a contracorriente. A mi pesar, por todo cuanto vengo observando a mi paso, y mientras no pueda huir del entorno hostil en que ha mudado convertirse esta ciudad; por el momento, me acojo al lema ochentero del “Madrid me mata”, sabedora de mi incapacidad a la hora de exterminar la maloliente atsmósfera de provincianismo que hace tiempo ha venido a invadir hasta el más recóndito de nuestros ambientes...Redactora de cercanías - en caso de haber deseado ser etiquetada siquiera alguna vez -, continúo perdiéndome (¡lástima que siempre acabe por encontrarme!) entre las callejas de una Villa y corte que sufro y vivo a través de la memoria fotográfica de mi señora madre y, desde el recuerdo de la franca hospitalidad de mi abuelo.

Madrid está en mi tía Julia, puesta en jarras, al grito de “Nosámolao” y en el personaje sainetesco, como recién sacado de un guión de Arniches, a quien aún otorga vida mi tía Feli. Esta estirpe madrileña que me corre por las venas, para desgracia propia – y sé lo que me digo -, pasa por el patio comunal, de fuente y váteres compartidos, de la desaparecida casa de mi abuela; escenario improvisado y reunión de personajes variopintos donde los haya…”La señá Petra”, “la Enriqueta”,”la Eugenia”,“la Ciriaca”, “la Irene y el Emilio”,”las gallegas” y “los Santibranquis”, que decía la madre de mi madre cuando quería referirse a “los saltimbanquis”…Tiempo pretérito para el que ya sólo cabe la añoranza de acudir, de cuando a cuando, a releer sentencias del maestro Benavente, tales como la que reza: “ El madrileño prefiere oficios liberales, en los que menos haya que obedecer o ser mandado”.Y, así nos ha sucedido que, a fuerza de mantener cierta independencia vital, de querer ir por libre y de ir cediendo terreno, sin ofrecer resistencia; hemos permitido entrar, hasta la cocina, a todo el grueso del “tripeo” y de la horterada nacional. Lo dicho: Al final, en aras de ese carácter solidario y abierto sobre el que muchos han edificado su patrimonio y, del que otros tantos ineptos se jactan, ¡hemos venido a hacer un pan, con dos hostias! .

lunes, 27 de abril de 2009

El Campo del Moro

Año 1109: Alfonso VI acaba de morir, y le sucede en el trono su hija doña Urraca. Sabedor de estos hechos el soberano almorávide Alí ben Yusuf decide que es buen momento para retomar la reconquista de Madrid. Tras un feroz ataque los asaltantes llegan a tomar la muralla exterior, entran en la ciudad, pero se quedan en las puertas del Alcázar.

Allí se guarece la aterrada población junto a las máximas autoridades de la ciudad, que conociendo la que se les avecina defienden con uñas y dientes sus posiciones para detener al invasor. Tras muchas súplicas les llega la ayuda divina en forma de epidemia de peste que comienza a diezmar a los almorávides. Estos, tras comprobar como las bajas van creciendo, deciden que habrá mejor ocasión para aplastar a los infieles y abandonan el asedio.

El lugar en el que se asentaron los invasores para su ataque a Madrid recibe actualmente el nombre de Campo del Moro, y estos jardines adornan, junto a los de Sabatini y los de la Plaza de Oriente, el entorno del Palacio Real.

Los jardines salvan un pronunciado desnivel, provocado por el barranco existente entre el Palacio y las riberas del vecino Manzanares. Ocupan unas 20 hectáreas y fueron adquiridos por la Corona Española durante el reinado de Felipe II.

Tiempo después, Felipe IV decidió utilizar este lugar para sus cacerías, y decidió embellecerlo construyendo fuentes y plantando diferentes árboles, pero hay que esperar al reinado de Isabel II para que estos jardines sufran su transformación más importante.

Durante esos años se instalaron las dos fuentes más famosas de estos jardines, la de los Tritones, y la de las Conchas, y además se construyó la gran avenida que comunica palacio y río, conocida como las Praderas de las Vistas del Sol.

Con esta avenida, rellenada con los escombros procedentes de las iglesias y viviendas demolidas al ampliarse la Puerta del Sol, se lograba salvar la fuerte pendiente existente, y además se embellecía la panorámica del Palacio.

Situado en el centro de Madrid, se trata de un lugar tranquilo, y poco concurrido, en el que destacan la gran cantidad de árboles existentes, los múltiples y sinuosos senderos, las fuentes citadas, así como unas casitas de madera, realizadas al estilo tirolés. Eso sin olvidar los patos o los pavos reales con los que te puedes topar por cualquier rincón.

Quizás no hayas estado nunca aquí, o bien porque eres de fuera o simplemente porque nunca ha surgido, pero si has tenido que sufrir el tostón de ver las fotos de boda de algún amigo o familiar, es más que posible que sus primeras fotos de casados estén hechas en este bello lugar.

viernes, 24 de abril de 2009

Madrid ya no es provinciana

El pasado domingo 19, El País publicaba un artículo en el que anunciaba que Madrid había despertado de su letargo y había dejado de ser provinciana. Esta afirmación no era realmente de ellos sino del New York Times, que se desdecía así de las sensaciones experimentadas por uno de sus reporteros hace un par de años en otro viaje por la capital.

Todo esto me hizo recordar una entrada (¿A qué huelen las nubes de Madrid?) que hace un tiempo encontré casualmente por la red. En ella se intentaba reivindicar, tirando del sentido del humor, ese aspecto provinciano de la ciudad. Hace unos días me puse en contacto con los autores de esa entrada (microckingnomedejapensar) para ver si podía publicarla. Después de obtener su visto bueno, aquí os la dejo para que paséis un buen rato con ella. Además de la historia, la primera foto de esta entrada también es cosa suya.

Publica el NY Times que Madrid es provinciana y la gente de bien se lleva las manos a la cabeza. Pues claro que Madrid es provinciana ¡Provinciana y ordinaria como un bocadillo de calamares! ¿Pero a quién no le gusta un buen bocata de calamares? Madrid es el azúcar que engorda y sabe a gloria, frente a ciudades que representan el falso gusto del edulcorante, el que se toma con el café descafeinado y la leche desnatada. Madrid es un orgasmo muy divertido y muy guarro que provoca a gritos la envidia del vecindario… tres calles más abajo.

Otras ciudades representan un cristiano polvo a oscuras, con una sábana muy limpia y muy fría por medio que tiene un estratégico corte en el justo punto. Hay ciudades que tienen una belleza que para sí la quisiera Madrid; pero una cosa es cantar una oda a la hermosura de la Schiffer y otra disfrutar follando con su cadáver.

En otro orden de cosas, en efecto, Madrid no posee la cosmopolita sonrisa que lucen orgullosas Londres o Nueva York; pero tiene, para quien lo sabe disfrutar, el discreto encanto de lo underground, de lo canalla, el divertido descaro de la carrera sobre plataformas de la semana del Orgullo y el puntito que le da al aire el olor a maría que desprende Malasaña.

Todo esto si el Pepé madrileño, empeñado en ponerle encima un paño de punto de cruz, no termina por cortocircuitar la energía que hace vibrar su noche. Vicky Beckham, Madrid no huele a ajo. Madrid huele a mujer y a hombre. Hay gente que a la hora de comerse una polla o un coño esperan que huelan a polla y a coño, respectivamente. Los hay que hasta disfrutamos de ese olor. Que tú eches unas gotitas de cualquier perfume caro de Dolce y Gabbana en el vello púbico de tu marido antes de hacerle una fellatio sólo deja claro que la rinoplastia te jodió la pituitaria.

Y es que Madrid es tan provinciana como auténtica. Algunos, sabiendo disfrutar de todo lo bueno que ofrecen otras muchas ciudades más cosmopolitas y hermosas, no cambiaríamos esa autenticidad por nada.

De Madrid al Infierno, que es más divertido.


miércoles, 22 de abril de 2009

El espíritu de la golosina canta

Unos 30 años, barba de 5 ó 6 días y menos carne que el espíritu de la golosina. En su cara se reflejan por igual los estragos causados por la viruela y por el devenir de la vida, de la mala vida. Vaqueros desgastados, camiseta de las de mercadillo, chaqueta de chandal y gorra de las de publicidad.

En la parada de Orcasitas irrumpe en el vagón por sorpresa: "Buenas noches, acabo de quedarme en el paro y no tengo para comer. Si alguien quiere ayudarme con unas monedas o un bocadillo se lo agradecería".

Otro más. Día sí y día también aparecen contando la misma cantinela. Ya no cuela. Levanto con indiferencia la mirada del libro y descubro con sorpresa que esta vez lleva una guitarra entre las manos. Esto promete.

Empieza a tocar y repitiendo machaconamente los mismos acordes anuncia: "Voy a ver si les puedo alegrar un poco el viaje con una canción. Espero no molestarles". El comienzo es desolador, de su boca sólo salen dos letras que repite con ahínco: "Pa pa pa pa pa pa pa...". Este hoy tampoco sale por la puerta grande.

Unos veinte segundos después empieza con la letra: "Tol mundo va del cuento de yo me lo pago, yo me lo invento y me parese cosa de carajote. Cosa de carajote y por eso he desidio yo quitarme las migas del bigote...".

Recorre el vagón de lado a lado para que todos puedan escucharle: "Vino Papá Noel la noche de Noche Buena y me dejo un regalito junto a la candela. Y cuando yo lo ví enseguia lo abrí y ví que era una planta de yerbagüena". Indiferencia total, son casi las diez de la noche y a esas horas la gente ya está de vuelta de todo.

La verdad es que tiene menos voz que un grillo pero el tío le echa ganas y al menos acierta con la entonación; seguro que los Delinquentes no se lo tendrán en cuenta: "Tú solo quieres quererme cuando tú quieras, cuando hueles los naranjos y la sangre se te altera... ". La megafonía anuncia la siguiente estación, es hora de acabar: "Tú solo quieres quererme en primavera, pero yo no soy Pinocho que el corazon tiene de madera".

Aporrea unos segundos más la guitarra y se despide con estas palabras: "Y ahora viene lo mejor de la canción. Es cuando me quito la gorra a ver si cae alguna moneda, y si no queréis echar dinero por lo menos regalarme una sonrisa que de esas me caben muchas".

Mira conmigo el tío acertó. Hoy sí se lo ha ganado. Rebusco entre los bolsillos algo de calderilla y cuando llega a mi altura se las dejo en la gorra. "¡Gracias caballero!". Es posible que con esas monedas esté colaborando a que su fin esté más cerca, pero habrá que darle el beneficio de la duda.

Recorre de nuevo el vagón y comprueba que aún le falta mucho por mejorar, hoy tampoco la gente se rasca el bolsillo. Efectivamente la gorra es más grande de lo que debería: en ella quedan poco más de dos euros y sólo cuatro o cinco sonrisas. Se despide con un sonoro "Buenas noches señores", abre la puerta lateral que comunica los vagones y se marcha a dar el siguiente concierto.

lunes, 20 de abril de 2009

El mejor cocido de Madrid

Uno de los platos más castizos de Madrid, disponible en todo tipo de mesas, es el cocido. Aunque hay tantos cocidos como cocineros que los preparen, los entendidos dicen que nunca deben faltar tres condiciones: 1. preparar el caldo con agua de Madrid; 2. usar garbanzos de calidad,; 3. fuego lento, nada de olla exprés.

Aunque sin duda el mejor es el de nuestra madre, en Madrid hay multitud de restaurantes en los que poder disfrutar de un buen cocido completo. Uno de los más reconocidos se sirve en Malacatín, restaurante situado junto a la plaza de Cascorro. Este local abierto desde 1895, se especializó a mediados del siglo pasado en el cocido, un plato que por entonces se comía en casa, no en los restaurantes.

Es un local pequeño en el que aunque se pueden degustar otras comidas, el plato estrella sin lugar a dudas es el cocido, de hecho se dice que aquí sirven el mejor de todo Madrid. Allí rodeado de todo tipo fotos y carteles relacionados con los toros, veras desfilar ante ti una sucesión de platos rebosantes que van conformando la liturgia del cocido de Malacatín que como decía la canción: "me huele a hierbabuena y a verbena en las Vistilas".

Antes de nada te ofrecen un babero para poder comer a tus anchas despreoucupado de tener que pedir cebralin. Una vez atado el babero comienza el espectáculo: para abrir boca tienes un plato con guindillas, pepinillos y cebolletas, y antes de que puedas comentar lo picante que está la guindilla, ya tienes ante ti una espectacular cazuela con sopa de fideos y un plato con cebollas para acompañarla.

Tras la sopa llega una fuente de garbanzos con patatas, otra con repollo y además una salsera con tomate frito. Cuando aún no te has acabado de servir aparece la artillería pesada: un plato de tocino, otro con chorizo y morcilla, y dos fuentes más en las que abundan morcillo, lacón, manitas de cerdo, codillo y gallina.

Yo fui hace unos días con dos compañeros de trabajo (a cual de los tres come más) y os aseguro que es complicado acabar con todo, por mucho que comas siempre queda algo en el plato. Además "para animarte" los camareros pasan por allí para preguntarte si deseas que te te traigan aún más para que no te quedes con hambre.

Para acompañar el cocido te ponen un vino que se bebe bien, no el típico vino de mesa. Tras el atracón me tomé un sorbete de limón para ver si ayudaba a digerir todo lo que había metido para el cuerpo. Finalmente un café de puchero y como detalle de la casa un licor de hierbas.

Todo esto hay que pagarlo, y ya antes de entrar sabes que sólo el cocido, sin más, son 18€. Si a esto le sumas pan, agua, vino, alguna casera, postres, café y propina, la comida salió a 36€ por cabeza. Es posible que puede resultar caro para ser un simple cocido, pero merece la pena ya que además de haber comido en un lugar castizo al 100%, te vas comido, cenado y hasta desayunado para la mañana siguiente. No os lo perdáis, calidad y cantidad en este caso no están reñidas.

domingo, 19 de abril de 2009

sábado, 18 de abril de 2009

El enterrador del Cementerio

Se remata la serie del cementerio de la Almudena con esta entrada que casualmente descubrí en Mundo Parapsicológico, revista digital dedicada a la divulgación del mundo del misterio. Después de haber pedido permiso a sus responsables para poderla publicar aquí, a continuación os transcribo el relato que allí me encontré.

Me llamo Rafael S., tengo 27 años y soy médico, especializándome actualmente en Psiquiatría. Entonces, debido al duro trabajo diario de estudios, me veo obligado los sábados a dar una vuelta en bicicleta para "desconectar" de toda la semana. El otro día, y como vivo cerca, decidí dar una vuelta en el cementerio de La Almudena, y andar entre sus tumbas y jardines, ya que todo aquello es precioso. Estaba un tanto cansado, y me paré a tomar un Biofrutas (un zumo) y me senté frente a un grupo de lápidas y, mientras me fumaba un cigarro, me fijaba en las fotos que había en ellas, en especial en una, de un hombre con porte serio y un bigote levantado bastante curioso.

De repente, veo a mi derecha como se me acerca una persona, y me dice, "¿Llorando su perdida?" Yo, cortesmente le respondí: "No, no se quién es, solo estoy descansando". A continuación, el hombre me dijo "Qué pena, ni siquiera el día de su entierro pudieron llorarle mas que cuatro familiares, pues el resto parece ser que le odiaban". Yo, intrigado le pregunté: "¿Como sabe usted eso, es familiar de él o estabas presente?" y, el amable ciudadano me dijo "Yo fui quien le enterró". Así, tras una breve charla nos despedimos y él siguió su camino. Al volver en situación, seguía mirando la foto de aquel apuesto caballero y me preguntaba que habría hecho para que nadie le llorase. En fin, no era cosa mía, así que, fijándome una última vez, miré a la fecha de la muerte y, cual es mi sorpresa ¡¡llevaba muerto desde el año 1882!!

Desde entonces, miro este mundo con otros ojos, y no por el miedo ni nada, sino porque desde que me despedí del amable hombre hasta que me di cuenta de la fecha de la muerte mirando la lápida, habian pasado apenas unos pocos segundos, y cuando levanté la mirada para buscarle ¡¡habia desaparecido!! y eso era IMPOSIBLE ya que era una explanada bastante grande con tumbas, sí, pero que podías ver perfectamente a la gente que allí estuviese, y a él NO LE VI, increíble. En fin, que estoy intrigado y tengo mucha curiosidad por si alguien ha sufrido alguna otra anécdota similar o presenciado algún fenómeno extraño en este gran cementerio de la capital. Saludos.

Otras historias del Cementerio de la Almudena
- La llamada del pasado
- En el cementerio de la Almudena
- Paseando entre tumbas y flores